viernes, 16 de enero de 2009

LA FABULA DE LA F

Un fauno fantaseaba desde su
frondoso y fuerte fresno, pues
le fascinaban y flipaban la faz y
la fragancia de la ninfa del frio.
Febril y feliz, pensó en fecundar
a la ninfa con su fantástico falo,
pero falló al fardar porque en
un festín la ninfa folló con otro
fauno más fibroso. El feo fauno
del fresno farfulló feas falacias
del otro fauno, y fingió ser fiero
y feroz, pero era una farsa, y
la ninfa del frío fué fiel a su
fauno. El otro fauno - el fresco
del fresno - finalmente se fugó
a Francia, fatigado de fallar
en sus fáciles fantasias. Los
fogosos fornicadores al fondo
de las flores tuvieron un fastuoso
forcejeo que dejó fecundada a la
ninfa con un feto -medio ninfa,
medio fauno-. Y finalmente,
formaron una feliz familia. FIN.

LA DOROTEA

Mi abuela me contó que hay una mujer en el mundo a la que todos aman, una mujer infinitamente triste, una mujer que sólo sufrió una derrota pero que fue más grande que todas las derrotas del mundo. Una sola decepción que fue culpa de un hombre despechado que no supo quererla como el resto. Su nombre es Dorotea. Y tiene la sonrisa más triste de todas las sonrisas.

Dice mi abuela que cuando Dorotea sonríe a la luz de las farolas, hasta el último insecto de la noche siente impulsos de volar junto a la sombra que va dejando a su paso. Cuando Dorotea sonríe a la luz de las estrellas, todos, hasta el hombre que vive en las montañas, sienten el impulso de sonreir también. Y Dorotea sonríe de noche porque la luna le muestra su interminable belleza, su aplastante belleza de sirena varada en una playa perdida. Porque Dorotea tiene alma de sirena y sonrisa de mujer infinitamente triste.

La melancolía de la enorme ballena blanca que es Dorotea se metió en su cuerpo en el mismo momento en que el hombre que transformó su vida en una desdicha infinita desapareció dejando detrás, sólamente, la estela plateada de su pequeño barco de vela. Y esa melancolía, que la convierte en la única mujer del mundo capaz de sonreir con tanta tristeza dentro, se quedó para siempre enredada en sus costillas. Aquel momento que pareció eterno convirtió a Dorotea, no sólo en la mujer más grande de la tierra, sino también en la más triste y en la más mágica.

Dorotea es inmensamente grande, e inmensamente bella. Nadie existe en el mundo que no la considere la mujer mas bella de todas, nadie existe que no se sienta atraido por su mirada magnética. Su enorme cuerpo de ballena, en total armonía con su sonrisa de plata, también gigante, completan, como en un círculo perfecto, su naturaleza de mujer.

Dorotea nunca habla, excepto cuando lo considera imprescindible. Y las palabras que salen de su boca son aquellas que a nadie se le habrian

ocurrido. Nunca habla, pero parece entenderlo todo mejor que ninguno otro, y cuando estás cerca de ella, tus problemas pierden importancia, y nada hay que perturbe la tranquilidad que provoca. Cuando Dorotea te acompaña con la melancolía de su mirada infinita, invade tu cuerpo un sentimiento de paz que se antoja eterno. Cuando te acompaña con su triste sonrisa, una sensación de felicidad se te cuela dentro, entre los más pequeños y los más grandes pensamientos de tu interior.

Nadie sabe cuantos años tiene, pero podría ser muy joven o muy vieja, pues su rostro es atemporal, como congelado en la distancia entre lo más profundo del profundo océano y lo más elevado del cielo más alto de todos. No tiene edad y nadie sabe de donde vino. Su nombre se escucha siempre cerca del mar. Todo el que la ha visto, o todo el que dice haberla conocido, dice que se sienta cerca de la orilla, con el agua mojando los inmensos dedos de sus inmensos pies.

Cuando la mujer mas bella del mundo se enamora, no hay nada que hacer. Cuando la mujer más hermosa del mundo se enamora del hombre equivocado, aún hay menos que hacer. Dorotea se enamoró del hombre más solitario y más inestable del mundo, del más sano y el más enfermo. Del mejor socio que tenía la soledad. Se enamoró de cada uno de sus gestos, de cada una de sus miradas, de sus manos de campesino y sus ojos de tierra seca. Se enamoró de su independencia, de su locura, de sus ganas de libertad.

Cuando él se dio cuenta de que la mujer más hermosa del mundo estaba enamorada de él, sintió un profundo miedo. Pensó que no sabría responder con sus sencillas palabras a los silencios de ella. Y huyó. Y desapareció del mundo conocido. Y se fué donde nadie supiera lo que había hecho. Donde nadie supiera que se había convertido en el hombre más cobarde de todos.

Dorotea sintió entonces, en respuesta a su gran pasión, una decepción aún más inmensa, y pensó que nunca recuperaría su sonrisa. Pensó que su belleza terminaría por consumirse, que nunca más sería feliz. Y deseó que nadie sufriese un dolor en el pecho como el que ella sentía, y lo deseó con tanta intensidad, y amaba a aquel hombre con un amor tan puro, que desde ese momento su melancolía eterna convirtió en felices a todos los que la contemplaban.

Los que la conocieron, dijeron de ella que no tenía fin, los que laescucharon, si esque alguno la escuchó en realidad, dijeron que su voz era más clara que el agua cristalina, y que sus palabras eran las acertadas, las que había que decir en el momento en el que las decía, pero que a nadie se le hubieran ocurrido sino a ella. Los que alguna vez miraron sus ojos, decían de ellos que eran inmensamente oscuros, inmensamente tristes e inmensamente bellos, que no había fondo en su mirada, y que entraban tan dentro de ti que te hacían parecer pequeño y transparente.

Aquellos que la vieron la amaron, aquellos que escucharon su voz, la amaron más aún. Aquellos que oyen hablar de ella, quieren conocerla y amarla también. Aquellos que buscan una palabra y no la encuentran, deben saber que Dorotea la está pronunciando, allá donde esté.

ILUSTRACIÓN: Yuki Sen Sei

KRISTIAN

Y el cuento empieza con una ventana..

Cuando miró por la ventana medio abierta el sol del mediodía, y saludó al horizonte que le traía tan buenos recuerdos, no se pudo imaginar que allí donde miraba había una noche eterna que caminaba poco a poco hacia su vida, que llegaría disfrazada de atardecer y se quitaría el antifaz para dejar ver al mundo la luna que no envejece, la luna de Noviembre. Cuando miró por la ventana y se puso melancólico porque no había nubes que taparan tanta luz de realidad, no sabía todavía que sería un gran día para él, a pesar de la realidad, o gracias a la realidad que tan poco le gustaba.

Mientras se vestía de esperanzas y de sueños, como hacía casi todas las mañanas, y cubría capa a capa su corazón recosido tantas veces, o tan pocas, porque nunca es suficiente; mientras tomaba el café que le ayudaba a despertarse, mientras guardaba en el armario el azúcar, y se ponía la bufanda, que cubría casi siempre la mitad de su sonrisa, mientras salía por la puerta dejando atrás su vergüenza, empezó a sentir que algo distinto tenía aquella mañana, que algo diferente había sucedido la noche anterior que iba a dejar una gran huella en el suelo de este nuevo amanecer.

En el autobús casi lleno empezó a recordar el sueño que había tenido, y allí estaba Peter Pan, preguntándose si los sueños se cumplen algunas veces, si los cuentos, que es lo mismo, se convierten en realidad. Y pensó que no, que los sueños son sólo sueños, que las historias que le cuentan al oído o a través de la ventana, son sólo historias que te hacen la vida más fácil. Pero se equivocaba, porque la realidad depende de los sueños y los sueños son realidades que no pudieron ser, que se quedaron a medias y que están ahí, cada noche, por si alguien quiere recuperarlas y darse una segunda oportunidad.

Aquella mañana, aquella tarde porque mientras iba en el autobús quiso cambiar el tiempo y lo hizo solamente con pensarlo, fue un continuo « deja vu » que por primera vez podía entender y resolver, un extraño sentimiento de control sobre si mismo le invadía cuando caminaba entre tanta gente, y deseó que parasen a mirar a su alrededor, y lo hicieron, y deseó que todos fueran tan felices como él, y eso le convirtió en una persona maravillosa, y después no deseó mas, porque no le gustaba el poder, porque sentirse poderoso da siempre un poco de vértigo.

Siguió caminando, y sin mirar hacia atrás vio los ojos extraños y cubiertos de tristeza que se le clavaban en la espalda y le sujetaban sin tocarle, y se quitó la bufanda y dejó ver su sonrisa. Y se giró y dejó ver sus ojos de tierra húmeda, y se acercó a los ojos que pedían silenciosos una mano que no los dejara caer, que los sujetara por encima de la cuerda que hoy era más floja que nunca. Y sacó la mano del bolsillo roto, y se la dio a la chica que asomaba por detrás de aquellos ojos, y camino con ella por la cuerda de la felicidad durante unos instantes que parecieron eternos, y juntos podían ver el camino entre los pies del mundo entero. Y dejó aquellos ojos a salvo, en el portal melancólico que se cerró con un pequeño grito ahogado de gracias, de despedida.

La siguiente mirada se cruzó en su camino unos metros más adelante, era una mirada seca, un poco carcomida por el polvo de tantos años que simplemente habían pasado uno detrás de otro. Una mirada sabia, pero aburrida, que pedía auxilio, que necesitaba que alguien la sacase de la rutina de los días, de los meses que se sucedían sin fin, en un continuo ir, sin venir, sin dejar de ir siempre hacia ninguna parte. Y esperó a que su impaciencia le hiciera dar otro paso para cruzarse en medio e impedírselo, y hacerla caer y romper su reloj; y con sólo un tropiezo cambió el rumbo de las cosas, y la adentró en un nuevo día, desconocido, que la convirtió en una nueva mirada, más joven, más sorprendida, y menos sabia... Dejó la segunda mirada desayunando en la barra de algún bar, sin saber muy bien en qué momento del día se encontraba, y sin saber muy bien si aquella sensación en el estómago era hambre o se estaba enamorando.

La siguiente que salvó fue una mirada doble, cuatro ojos que se evitaban a pares, que se intercambiaban sonrisas eternas desde distintos puntos de la ciudad en los momentos equivocados, que querían decir y callaban, que estaban de frente y cerraban los ojos, que no tenían valor para mirarse unos a otros y que tenían un miedo extraño a ser rechazados, cuatro ojos que querían quererse pero no lo sabían, cuatro ojos que no juntaban sus dos perfectas narices por miedo a que no encajaran, por miedo a equivocarse de pieza al montar el rompecabezas. Y él, que ya sabía que los rompecabezas no tienen que encajar a la perfección, porque la perfección es aburrida, agarró las cuatro manos con fuerza y las hizo girar hasta sentarlas frente a frente y dijo lo que las miradas callaban, y esperó hasta ver las piezas desencajar casi perfectamente, y después del beso, se marchó.

Y cuando miró a su alrededor de nuevo, ya empezaba a oscurecer y alguna estrella se adivinaba en el cielo abierto, y no había gente en Sol que corriese, no quedaban corazones por salvar ni miradas por abrir, excepto la suya, y sintió la soledad que siempre le había asustado. Volvió a casa mientras la luna se dibujaba en el reflejo de su silueta, y en su ventana, que seguía medio abierta, escrito con el vaho de medianoche estaba su cuento eterno, que terminaba igual que empezaba, asomado a la ventana, con una voz que le susurraba al oído y que le acompañaba desde lejos, desde la estrella más maravillosa de todas, justo la segunda de la derecha, y le decía “Vuelve en Noviembre”. Y la soledad se esfumó y la noche no terminó nunca, y volvió en Noviembre, en un Noviembre eterno, a asomarse a la ventana y a dejar que el aire que entraba en la habitación le destapara el corazón y se le metiera dentro.
FELIZ NOVIEMBRE

POPICIDIO

Señor Juez, tuve que hacerlo.

Quedaban 6 días y parecía que estábamos ya en Benicasim. Miraba 12 veces al día la página del FIB. Tenía la radio puesta las 24 horas y se había comprado una camiseta que decía: “YO ESTUVE EN EL FIB 95”. Me regaló una riñonera de lunares para el viaje y me hizo una funda para el IPod con la cara de “J”, el de los Planetas, blanca y negra. Tenía el número de Julio del MondoSonoro, del RockDeluxe y del IndieRock y había un Post-it en el espejo del baño con el mensaje: “I DON’T LIKE MONDAYS”.

Cuando me dijo que a partir de ahora podía llamarla Alison Mosshart, supe que debía hacerlo. Rompí por la mitad un vinilo de Belle & Sebastian y se lo clavé en el corazón. Escuché las gotas de sangre cayendo al suelo del baño: pop, pop, pop…

ÁFRIKA



LA PRIMERA VEZ

Maputo. Capital.

Se ve la arcilla desde la ventana del avión. Las nubes y la arcilla del suelo. Color rojo, como tantas cosas horribles. Rojo como la sangre de los que caen cuando las cosas funcionan mal. Como el dolor cuando no sabes cómo ayudar. Rojo tristeza. Rojo terror.

En las calles hay armas y violencia contenida. Hay necesidad y llanto. Hay, sobre todo, cansancio, resignación.

No hay niños, hay tan pocos que me asusta. Hay tan pocos que no es mas que un mal presagio. Y sólo he conocido la capital.

Pero no es todo angustia. También hay un poco de esperanza. Esperanza en las sonrisas de la gente que me cruzo por la calle. Esperanza en las oleadas de personas que no se conforman, y gritan, y no se dejan aplastar. También queman coches y bancos cuando no están contentos. Es algo muy humano.

Es algo muy humano pero se los trata como animales. Los menos hombres presumen de tener esclavos…

Veo una niña a lo lejos:

-Áfrika. Así me llamo.

II

Afrika despierta aterrada, la corrupción la ahoga. Dentro tiene un montón de niños ke crecerán sin saber cuándo han dejado de ser niños, demasiado deprisa y demasiado tarde.

Afrika despierta y camina por el borde de la carretera. Akellos ke la miran desde fuera se preguntan dónde va. Akellos ke la miran desde dentro se pelean por llegar. Algunos de los niños morirán en el camino y, aunke Afrika lo sabe, no descansa. Camina bajo la lluvia ke le cala hasta las partes ke nunca le ocupó nadie.

Afrika se guarda dentro cada hermano ke se cruza en el camino, cada extraño, cada ausente.

Afrika no duerme apenas, cuando la luna no brilla se despierta con los gritos de los muertos. Cuando la luna sonríe, se despierta con los llantos de los vivos. Cuando la luna es inmensa y se refleja en los ríos y los mares, se despierta con gemidos de las madres ke no llegan a parir. Y prefiere no tener ke despertarse. Prefiere caminar sola, con los niños y los muertos, con los vivos y las madres.

Afrika no siente miedo y no kiere ke la salven. Se siente contaminada por los ke tienen poder, por los ke juegan con ella, por los ke duermen con ella a cambio de un meticai. Afrika no siente miedo, no siente resentimiento.

Afrika duerme a los niños con canciones y camina muy despacio. Cuando amanece susurra para ke el sol salga lento, tarde, frágil. Si los niños se despiertan cuando Afrika no camina, Afrika se pone alerta. La corrupción no descansa, igual ke Afrika, y los niños siempre aprenden de lo ke tienen más cerca. Por eso, algunas veces, Afrika debe escaparse, correr.

Afrika deja ke pasen los días. Y camina. Y en el camino sonríe con los niños ke la llaman desde su parte más honda. El dolor sólo la empuja a seguir un poco más.

Afrika kiere llegar y las lluvias hacen ke crezcan los ríos, y tiene ke dar la vuelta y buscar otro camino. Afrika no desespera. Atraviesa por los montes y se sienta en los baobabs a reponer energía con mandioca. Un momento nada más, para seguir caminando. Intentando ke esta noche no se le cierren los ojos en mitad de una calzada.

Y si Afrika no llega, si los niños crecen tarde o muy deprisa, serán otros los culpables. Serán todos menos ella.


III

A veces Áfrika tiembla. Está aterrada. Se esconde bajo mi falda y no se atreve a salir. Llora. Escucho su llanto casi inaudible porke está entre mis piernas. Y ha elegido mis piernas, no otras, mis piernas pálidas, lechosas, mis piernas blancas, porke le dan confianza.

Afrika me pide auxilio en una lengua ke no comprendo. Tiene miedo de la gente ke la miente. Tiene miedo porke no se atreve a sufrir más. Está demasiado cansada.

La mentira es el pan de cada día para ella. La mentira. El peligro. La corrupción, la violencia, la ignorancia. Me pregunta cuánto keda. Podría decirle ke ya llegamos, ke no keda mucho, ke aguante, pero es mentira, y yo sé ke Afrika está ya harta de mentiras. Sólo kiere llegar.

Kiere encontrar su lugar. Su sitio. Pero todo está ocupado. Todos kieren llevarla a sitios ke ya existían. Ke conoce o desconoce pero ninguno es su casa. Necesita estar en casa, pero no en cualkiera, sólo en la suya. Y aún no ha llegado. Llegarás y aún no sé cuando.

Afrika busca mi mano y se incorpora. Sale de su escondite con la cara seca, limpia su falta de lágrimas con el dorso de su mano y me mira fijamente. Me sonríe. No necesita consuelo, ni ayuda. No necesita caridad.

En un portugués perfecto me susurra. -Sólo kiero ke me dejen de engañar. Ke dejen de aprovecharse.- Se da la vuelta y camina. Llegará y aún no sé cuando. Llegará.


IV

-He conocido -me dice- un cooperante. Tiene la mirada ausente muchas veces. Es sincero. Puedo agarrarme a sus piernas si me asusto, y me protege. Puedo enfrentarme a sus ojos sin sentir su compasión.

-Tiene la piel del color de la tierra ke le adopta. Tiene las manos abiertas y los bolsillos vacíos. No me busca por caminos, y me encuentra. No viene a salvar mi vida, pero como no lo intenta, lo consigue. No kiere darme esperanza, no me engaña. No me besa en la cabeza, no me acaricia la cara, no se sienta junto a mí para ver pasar el tiempo.

Afrika camina sola, pero sabe ke camina junto a otros. Sabe que sin ellos kizás no sería. Sabe ke sin ellos, kizás, no podría caminar.

-He conocido -repite- un cooperante. Sé que sufre como yo, las mismas cosas. La corrupción lo extorsiona, como a mí. Y me asusta que pueda pensar que soy yo quien lo permite.

-El dolor ke tengo dentro se le mete en las entrañas. No aguantará mucho tiempo pero sé ke volverá. Porke siempre ke se va se olvida algo. Porke siempre, antes de irse, mira atrás desde la puerta y en su mirada adivino, entre gritos de injusticia, rastros de melancolía.

Después Afrika me mira suplicante, la veo triste como nunca. Preocupada. Veo incluso en su mirada algo de resentimiento ke se mete entre sus manos y las mías. Ke se mete entre sus manos y las piernas de su amigo.

Resentimiento con rabia porke hay gente ke le impide sujetarse a sus rodillas. Resentimiento con rabia. Resentimiento de historia sin vuelta atrás, sin remedio.

Afrika no se acostumbra, aunke kiera, a su presencia. No se acostumbra a su ausencia. No se acostumbra a estar viva, ni a estar muerta. No se acostumbra a pensar ke tiene ke acostumbrarse.

Afrika se duerme sola pero sabe ke muy cerca un cooperante descansa, o lo intenta, y está solo, como ella.

V

Afrika atardece y se recupera de su historia. Tanto dolor inútil ke no se convierte en llanto, sólo se convierte en ganas de dar un paso más. Por un instante, se ríe. Después vuelve a levantarse y caminar. Tiene ke llegar.


VI

A través de la ventana, sin cristal y sucia, carcomida por las lluvias del verano, Afrika adivina la cara de un niño ke una vez cargó. Ke llevó por dentro y ke, en un momento, se escapó de ella.

Trata de recordar su cadencia un poco desesperada, su latir, su intermitencia, pero, igual ke la ventana, su memoria también se ha empañado con el polvo de los días. Pero recuerda su nombre y por eso no se asusta. Su identidad aparece algo borrosa en la noche, y no puede permitirse ser la culpable de eso.

Afrika mira la luna, ke esta noche es casi llena y no dejará ke amanezca hasta repetir, por orden, los nombres de cada uno de los ke una vez cargó, de los ke llevó con ella encima de sus entrañas, de los ke llevó con ella tras sus pechos de madre, sus pechos de niña.

Kizás la noche sea eterna, kizás no. Son tantos nombres los ke tiene en la memoria, tantas voces, son tantos los ke no están, los ke no han llegado. Son tantos nombres distintos, tan iguales otras veces. Son tantos ke podrían ser uno solo. Son tantos ke siempre serán el mismo.

Kizás la noche sea eterna. Ojala hubiera luna llena.


LA ÚLTIMA AFRIKA

Me despido de ella desde el mismo lugar desde el ke la vi por primera vez, desde la ventana del avión, ya parado. En el aeropuerto. Me despido de ella y no puedo pensar.

Angustia. Algo me oprime en el pecho, me ahoga, no me deja respirar. Siento ganas de llorar pero no encuentro las lágrimas. Siento ganas de llorar. Sólo ganas.

Me mira fijamente, con los ojos muy abiertos, muy redondos. Me mira con esa mirada oscura ke me sorprendió una mañana hurgando en la mochila. Con esa mirada ke se te mete tan dentro, ke te deja ver tan dentro.

Siento ganas de llorar pero se atascan los llantos en algún lugar de mí. Un lugar profundo ke no alcanzo a encontrarme.

Cuando el avión enciende los motores siento un desgarro en el estómago. Me sobresalto, cierro los ojos. Vuelvo a abrirlos y no está.

Kizás sea la despedida más amarga ke ha existido. Kizás sea la despedida más fría, más dolorosa. Pero así se despide Áfrika.

El avión ya está volando. Estoy alejándome de ella. No sé si la volveré a ver. Hay tantas cosas ke he olvidado decir, tantas cosas ke hubiera kerido decir. Hay tantas cosas ke nunca se dicen.

A mitad de camino rompo a llorar. A partir de este momento sólo perderé recuerdos. Sólo perderé a Áfrika un poco más cada vez.

Y 39 NOCHES DESPUES LA LUNA SE VOLVIO ROJA

Existe una leyenda que cuenta que aquí, donde ahora mismo estamos sentados, sólo había una llanura infinita. Que no había accidentes geográficos, ni montañas, ni ríos Que no había vegetación, no había árboles, ni plantas. Que todos los caminos, todas las casas, todas las puertas y ventanas eran la misma. Que aquí, una vez, todos los horizontes fueron el mismo y se confundían con la tierra.

Y que aquí vivían Los Eternitas.

Eran un pueblo casi como cualquiera, excepto por una cosa, no envejecían. Una vez el tiempo se les paró y ya no crecieron más, pero hace tanto de aquello que ya nadie lo recuerda. No sabían si eran niños o lo que era ser mayor. No cumplían años. Siempre eran iguales y nunca cambiaban. Como no había tiempo siempre era de día y no había estrellas, ni luna, ni lluvia ni mar. Cuando un Eternita miraba alrededor sólo veía más Eternitas. Cuando un Eternita despertaba en la tierra, sólo veía tierra, seca, árida, casi amarilla. Y no conocían otros colores que el cielo y el suelo, no conocían otros olores que la arcilla o el aire. Y vivían sin conocer nada más que su llanura. Y más allá ya no había nada.

Los Eternitas eran gente antigua, de piel de arena y de ojos grises como las nubes. Los Eternitas nunca estaban tristes, pero les faltaba algo que no les dejaba ser felices del todo. Hasta que un día ocurrió algo que los cambió para siempre, que los convirtió en Eternitas Eternos.

Hasta que de pronto, en medio del día eterno, las nubes taparon el sol y tras largo rato de oscuridad gris empezó a caer del cielo algo extraño, parecían lágrimas, llanto de las nubes. Lo llamaron lluvia y abrieron la boca, dejaron que entrase hasta sus barrigas y, Los Eternitas, calmaron la sed que siempre tuvieron pero sin saberlo. Y cantaron juntos y otra vez bailaron hasta que las nubes desaparecieron y desde ese día todo fue distinto.

Desde el día que llamaron El Primero, los cambios fueron sucediéndose sin descanso. Conocieron la noche, y con ella descubrieron también el frío, y los Eternitas, que no conocían nada más que el sol, sintieron miedo.

Los cambios sucedieron rápido, tantas cosas nuevas que les sorprendieron, y los sentimientos que antes les faltaban, que antes no tenían, llegaron de golpe, y fueron felices, y sintieron pena, y cada segundo era diferente y comenzó el tiempo de los Eternitas.

Salieron colores nuevos en el suelo, colores distintos, que no conocían. Pedazos de vida brotaron por momentos de la tierra, crecían verdes, marrones, amarillos, blancos, que formaban grandes y pequeños dulces que tenían olor, que tenían sabor. Y los Eternitas se sorprendieron al probar los trozos de lo que crecía, que les quitó el hambre que tampoco conocían.


Los Eternitas tenían la piel de tierra y se distinguían por sus dibujos. Sus tatuajes. Cada vez que llovía, con agua y polvo del barro se pintaban trazos, círculos, caminos que les recorrían de pies a cabeza, de cabeza a pies.

Cuando se levantaba el aire, Los Eternitas cantaban al viento cuando lo oían, como un impulso, como un instinto que nadie sabe de dónde viene. Y dejaban que se les metiera dentro porque formaba parte de ellos, porque les hacía ser más felices. Y el viento levantaba el polvo, y entre ese polvo bailaban hasta que volvía la calma. Y reían. Y se sentían mejor.


En donde estaba la aldea, parecía que la tierra se ablandaba, que en vez de arena y polvo, de la tierra salían manos que los tocaban los pies, manos suaves que parecían cabellos, y por un momento pensaron que estaban en la cabeza del mundo. Y uno de Los Eternitas quiso llegar aún más lejos. Hasta el corazón. Y los demás, que no lo entendieron, le convencieron de que estaban bien allí donde estaban y allí se quedaron.

Una mañana Los Eternitas despertaron y en medio de su aldea había brotado un árbol gigante, La Nariz del Mundo, y todo ese día y toda la noche lo celebraron bailando a su alrededor. Comieron todos los frutos que daba, y bebieron toda la ambrosía de sus flores. Y la luna era más grande que nunca y cantaron hasta que se hizo de día y ya no quedaba más. Y se quedaron dormidos bajo la sombra del árbol. Al despertarse el primero de los hombres, ya no estaba, y despertó a los demás. Todos comenzaron a inquietarse, y el primero empezó a ser el centro de las miradas y de todas las preguntas. ¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? Y uno de ellos lloró, y nunca antes habían visto a un Eternita llorar, y el silencio se adueñó de todo el pueblo y dejaron de mirarse unos a otros.
Desde entonces las cosas fueron distintas. Los Eternitas se volvieron solitarios, y llorar ya no era extraño y sucedía muchas veces. No eran una familia, sino varias. Y entre ellos ya no eran todos amigos. Unos pensaban que el árbol se había ido porque alguien había intentado robarlo, otros que aquellos otros lo tenían escondido. Inventaron la desconfianza y el odio. La envidia y la codicia.

Comenzaron las peleas. Y empezaron a utilizar todo lo que encontraban para cosas que nunca lo habían usado. Los palos ya no servían para hacer música. Las piedras ya no eran utensilios de cocina. El fuego ya no servía sólo para calentarse. Ahora eran lanzas, armas. Las plantas que nunca tocaban antes, ahora eran veneno para los demás. Empezaron a caer los eternitas, uno tras otro, a morir los más ancianos y con ellos la verdadera sabiduría. Ya no tenían a quién pedir consejo, así que cada uno tomaba decisiones que sólo le servían a él, y a su familia, pero que traía problemas a los que vivían cerca. Comenzó la guerra.

Pasaron los días y las casas ardieron, el suelo se empezó a secar, nadie se ocupaba ya de ir a buscar agua, nadie se ocupaba de dar de comer a los animales. Se olvidaron de enseñar a los pequeños, y ya nadie se acordaba de hacer reír a los niños.

Y 39 noches después la luna se volvió roja.

Al amanecer ya no quedaba nadie. ¿Se habían ido todos? No quedaba más que el humo del fuego. Y el suelo había crecido casi hasta el infinito y a lo lejos el sol se reflejaba en el agua.

Había ríos y lagos donde estaban antes las casas, y había árboles donde dormían. Y en el lugar donde antes no había nada ahora están los Pirineos.

IN MEMORIAM

Como un resumen de su vida entera, aquel momento se quedó inconcluso. No le dio tiempo a ser como era, no le dio tiempo tampoco a enseñar tantas y tantas virtudes que habia acumulado con el pasar de los años. Había aprendido mucho, había escuchado aún más. Pero se había pasado su momento, el momento de las buenas personas con buenas intenciones. Ahora eran otros tiempos, solía decirme cuando iba a tomar café con él después de comer. Ahora eran tiempos para el egoísmo y el pisar a los demás. En mi época, me decía, la gente miraba por sí misma también, pero con otra idea, la de conseguir lo mejor para uno sin hacer daño a nadie. Ahora los jóvenes, me decía, aunque yo sabía que no sólo lo decía por nosotros, los de veintitantos, sino por sus hijos y tantos adultos por los que se sentía abandonado o rechazado, ahora los jóvenes pensáis sacar provecho del dolor ajeno. Y no es necesario. Yo supongo que el par de horas que me pasaba por allí, una o dos veces a la semana, no eran mucho para él. Que a él le hubiera gustado que fuera cada tarde. Porque tenía años y años que contar, y le quedaba poco tiempo para ser escuchado. Y nadie hará una película que lleve su nombre, decía, porque las cosas importantes ahora son las que se cuentan en un momento y dan eternidades de provecho; las mentiras. Y yo intentaba siempre llenarle un poco de esperanza, decirle que no todo era tan terrible, pero en el fondo sabía que tenía razón. Que por fín habíamos conseguido deshacernos de nuestros mayores, que por fín habíamos conseguido callar los labios de los sabios, que durante toda la historia de la humanidad habían sido los mejores consejeros, y ahora, una vez logrado, nos ibamos a la deriva, sin rumbo ninguno. Y él me decía que estaba bien que yo tuviese esperanza, porque la esperanza nos ayuda a seguir vivos, como la ilusión. Pero que él ya la había perdido casi del todo, porque durante tantos años había escuchado demasiado, y nadie lo había escuchado a él. Y todo lo que había aprendido, nadie quería oirlo. Y tenía razón, no era el hombre más sabio, pero todo aquél que le hubiera escuchado habría aprendido algo de él, y con eso era suficiente. Pero ya nadie quiere escuchar a los viejos, me decía. Somos muchos, pero es facil deshacerse de nosotros porque no damos guerra, estamos cansados y... Y así, en mitad de la frase se quedó en silencio. Ahora ya no me dice nada, pero me gusta pensar cuantas cosas tendría que decirme. Aunque no pudiera terminarlas.