jueves, 7 de abril de 2011

POEKUENTOS I

En un agujero pekeñito 
Me dejé olvidada el alma. 
Y jugando inocente un día 
Buské en tu mano, bajo una manta 
Y en ese gesto inconsciente 
Sin ke yo me diese cuenta 
Tú te agarraste a mi mente. 
Cuando la voz de mi estomago 
Ke es a la ke hago caso 
Me dijo, ¡vas muy deprisa! 
Intenté parar la historia, 
Pero me había kedado sola. 
Ni tú, ni nadie, no había más gente. 
Buské el cordón, y tiré. 
Estos chalecos salvavidas 
Se estropean continuamente.

miércoles, 19 de enero de 2011

LOS NUEVOS LUNES

Como en la película de Bardem, todos los lunes iba con Carlos al descampado. Nos dedicábamos a dibujar circuitos en el suelo, “para cuando tengamos moto” decía él, aunque en el fondo buscábamos, entre los escombros, algo que nos sacase de pobres. Una cartera, la llave de un tesoro, un boleto de lotería premiado... Nos costaba tan poco soñar y tanto despertar… De martes a jueves, Carlos tenía que ir con su padre en la furgoneta a recoger chatarra, pero los lunes eran nuestros. Pasábamos horas y horas dando vueltas por allí, tirando piedras a los pájaros o convirtiendo los restos de basura en rampas y saltos imposibles. Bebíamos cerveza. Reíamos. Llorábamos. Carlos soñaba con azafatas agitando botellas gigantes de champán, con el podio, con ser como Dani Pedrosa, “pero con una novia morena, decía, y con las tetas más grandes”.
Algunas veces, llegábamos hasta la depuradora, aunque a mí me resultaba difícil quedarme mucho tiempo, en seguida se me revolvía el estómago y me empezaba a poner verde. En parte por el olor, que era realmente insufrible, y en parte porque dejaba volar mi imaginación y empezaba a pensar en trozos de cualquier cosa flotando en la pasta gris que daba vueltas y vueltas en la piscina de acero.
Ahora, la piscina es la misma, pero no se ve desde fuera. El recinto tiene la valla reforzada y, donde estaba el agujero por el que Carlos y yo nos metíamos, hay un muro que tiene casi dos metros de alto. Hay un vigilante de seguridad que, cuando me ve, me hace un gesto educado con la cabeza. Hace menos de dos meses que lo han reformado, pero el olor a rancio y el silencio, hacen que parezca que lleva toda la vida así. Ayer llovió, puede que por eso no me moleste tanto estar apoyado en la vaya. Tal vez es un nuevo aislamiento, que aplaca el olor a muerte. Me imagino a Carlos y me pongo verde, como antes. 
Al principio, venía a verme al súper. "Ya verás cuando me cojan también a mí y empiece ahorrar para la moto, tendremos que pedir los lunes libres, para poder ir al circuito". Pero después se cansó. 
Me imagino a Carlos, borracho…“Los nuevos lunes son una mierda”, me puso en un mensaje, “son iguales que los de antes pero estoy solo”.   

martes, 14 de diciembre de 2010

CANCIÓN DE NAVIDAD

Cuando entro por la puerta les escucho gritar. En la cocina hay humo y mis compañeros bostezan sentados en la mesa. Ultiman sus planes de noche de sábado.

Me asomo al salón y entonces se callan. Así sentados en la alfombra y cogidos de la mano, tengo la sensación de que fueran a kedarse kietos para siempre. 

Tito lleva un chándal enorme, recosido. A su lado, hay una taza de plástico con lápices de colores y unas hojas revueltas. Me miran con los ojos casi vacíos, y no sonríen. Esperan que, en cualquier momento, les regañe, les mande recoger todas las cosas y directos al cuarto. Esperan que me enfade con ellos, que los deje sin peli. Supongo que está en su naturaleza ponerlo difícil, que no son muy de ser buenos, hacer puzzles o pintar. Durante un segundo permanecen callados. Y entonces, los veo de verdad, por dentro.

No veo los chicos de centro de menores, quedarme con ellos de jueves a domingo y así hasta el día uno, cobrar y otro mes más. No veo el "hoy han tenido una tarde malísima, a ver qué tal se os da la noche", ni el "están castigados, así que hoy nada de tele". No veo el "Tito, no juegues con la comida" o el "David, siéntate ya". Solo veo dos niños de la mano. 


Veo a los hijos de alguien que fue padre antes de tiempo. Veo a una madre que no está. Una abuela que no quiere hacerse cargo. Veo discusiones en el salón escondido detrás de la puerta, la cama sin hacer, los portazos. Veo unas latas para cenar. Navidad sin regalos, "mamá tiene un mal día" y aprender a estar solo con 8 años. 


Siguen de la mano y no dicen nada. Y no importa. Parecen una imagen de un cuento de Charles Dickens. Canción de Navidad. 

Así que sonrío y les guiño un ojo, "a ver qué hacéis, enanos, que os tengo vigilados". Y me voy a preparar la cena. "Esta noche vamos a tomar postre".

domingo, 12 de diciembre de 2010

COMO UN GATO

DAISY

A Daisy no la quiere nadie. Se empeña en convencerse de que no es verdad, pero en el fondo lo sabe y no puede ser feliz porque lo sabe. A Daisy no la quiere nadie y es por ese creer siempre que está un paso por delante, por ese no rebajarse, por ese orgullo suyo, esa falta de humanidad.
A Daisy le gusta caminar por las tardes, cuando aún no han cerrado las tiendas. Pasea por Madrid con su sombrero inglés, sus zapatos desgastados, su ropa de hace dos siglos, y se siente la Duquesa de Gran Vía.
- Por eso nadie se atreve a mirarme, - se dice - por eso todos agachan la cabeza si se cruzan en mi camino.
Y esos pensamientos, y esa frialdad, la mantienen entera, y la dejan seguir viva, la ayudan a soportar las largas noches de invierno.
Daisy pasa por la plaza de Callao, abarrotada, y a su paso se aparta la multitud. Abre, como Moisés, un camino en la marea de gente. Pero ella no huye de nadie, como mucho de sí misma.
- Paso firme, con la cabeza bien alta, ha llegado la Duquesa y mi pueblo que lo sabe lo demuestra con respeto.
Daisy dormirá sola esta noche, como siempre, por eso su paseo dura casi hasta el amanecer. Y aunque muy dentro de ella le tiritan las entrañas por el frío, se repite:
- Una Duquesa esta sola, es la carga que debemos soportar por ser quien somos.
Y no llora. Después de horas caminando, cuando le duelen las piernas y la artritis la agarrota los tobillos, vuelve a su mansión desnuda, de paredes agrietadas, pasa al lado de los otros sin mirarles ni siquiera y evitando que la toquen. El crujido del colchón cuando se tumba se confunde con el claxon de los coches.
Daisy pasa lo poco que queda de noche, acurrucada. Se acomoda como puede. Duerme a ratos. Trata de no despertarse del todo. Sobre los días que sale el sol y contiene la humedad de las paredes. Entonces, Daisy se estira, como un gato, y espera a que el calor se le meta entre las mantas y temple la soledad.
Pero esta mañana nieva y las nubes se han cerrado. Y Daisy está ya cansada de gritarle a los demás. De fumar medias colillas. Y se estira, como un gato, pero esta vez para siempre.

LUNA

Esta mañana hemos ido, como todas las Navidades, a llevar chocolate caliente y bollos a los mendigos del túnel de debajo de Bailén. Son por lo menos 20 personas las que malviven allí. Todos los años, cuando llegan estas fechas nos acercamos a verlos. Siempre hay alguna cara nueva y otras que ya no están. Durante horas nos cuentan retales de sus vidas y, poco a poco, hemos conseguido tejer alguna historia completa. Como la de “Roke”, que lleva 13 años en la calle, tiene un hijo que no conoce y sabe hacer ceniceros con los botes de cerveza. O la de “el Pica”, que conoce los túneles del metro mejor que nadie en todo Madrid. Cuando empieza a anochecer nos despedimos. De alguna manera, parece un exceso seguir allí después de que enciendan las hogueras, sientes que invades un poco la intimidad que les queda, su parcela privada, su modo de hacer que aquello parezca más un hogar. Cada año tengo la misma sensación de desamparo y no puedo evitar pensar qué pasará si las grietas que está haciendo la humedad en las paredes del túnel se terminan por abrir. Me da pánico pensarlo. Cuando nos íbamos, he visto que la Duquesa seguía en su rincón, que no había salido a dar su paseo de siempre. Iba a acercarme a ofrecerla un chocolate, pero me ha parado “el Pica”:
- No vayas, Luna, que esa no es como nosotros. Esa muerde.

viernes, 1 de mayo de 2009

PETER, PAN Y CAMPANILLA

A Pablo y a Juan, que hicieron de mi cuento un cuento de hadas

PETER PAN BUSCABA A SU MADRE EN LAS MIL MUJERES DEL AIRE Y SE ACOSTÓ CON ELLAS, SE CANSÓ DE ELLAS DEJANDO EN LA MEJILLA EL BESO GRIS DEL DOLOR. Pedro Guerra


Mírate, cualquiera diría que una vez fuiste un niño. Bueno, una o cien veces, porque tu juventud duró más que la de cualquiera de nosotros. Luego, cuando dejaste de creer que el mundo era maravilloso envejeciste de golpe y nos pillaste a todos.
¿Y tu?, ¿qué me dices tú?, claro, lo tuyo fue al revés, creciste demasiado deprisa y te costó esperarnos en la madurez.
Los tres íbamos de un lado para otro cuando nuestros tiempos coincidían, uno, con miedo a envejecer, otro, pensando que no lo haría nunca, y yo, asustada de ser la única que evolucionara como el resto de los mortales y acabara perdiéndoos a los dos.

Pero bueno, cuando nuestros tiempos coincidieron por primera vez, íbamos juntos a cualquier parte, como uña y carne y más carne, inseparables. Mientras Campanilla escribía cuentos y se enamoraba y desenamoraba constantemente de Peter y de Pan, ellos, siempre flanqueándola, hacían lo propio con las mil mujeres del aire a las que jamás volvían a ver.
Campanilla escuchaba sus relatos y los escribía después, dándoles a todos un fondo melancólico, fiel reflejo de su sentimiento interno. Peter, siempre alegre, y Pan, madurando velozmente, escuchaban atentos los cuentos de hadas de aquella hada sin comprender nunca lo que verdaderamente quería decir ella.

Después nos separamos, quién sabe en qué momento, a lo mejor de pronto o quizás poco a poco, y cada uno vivimos durante años por nuestro lado.
Campanilla siempre buscando las sombras imprecisas de sus dos aliados, encontrando parte de ellos en los rostros de otras mil mujeres. Peter disfrutando aún de su juventud y de ese mundo de colores, sin importarle si quiera si tenía o no sombra. Pan, dejando atrás la suya, despidiéndose de ella y sintiéndola cada vez más lejos.

La otra tarde, cuando escribía recuerdos de unos cuentos que una vez os leía en voz alta, sentí dos manchas oscuras que, cada una por un lado, impedían que la luz llegara a mi cuaderno, supe que eran vuestras sombras y las atrapé cerrándolo con fuerza.
Fue a los dos días cuando volvimos a encontrarnos. Peter, convencido de que la vida a veces te juega malas pasadas. Pan, recordando que hay una parte del mundo que tiene esa luz de la que nunca querrá huir, y Campanilla, compensando de algún modo la balanza, convirtiendo a los dos en uno a través de las palabras, y convencida de que, por fin, se habían hecho con el tiempo.

TE RECUERDO...

Te recuerdo primero con los ojos cerrados. Estás tumbado en la cama deshecha, con las sábanas casi pegadas al cuerpo desnudo, con las manos debajo de la cabeza. Con los ojos de mar, azules casi negros, cerrados. Con la sonrisa intacta sabiendo que te estoy mirando e intentando aguantarte sin estallar en risas que me descubran que estás despierto y has estado escuchando todos mis pasos desde que me he levantado. Después me explicas cada movimiento, el ruido al tirar de la cadena, mis pies arrastrándose por el parqué para buscar la toalla, la puerta del armario que se abre en un susurro, el sonido del agua de la ducha, las ganas de levantarte de la cama y sorprenderme dentro de la bañera, que siempre se quedan en ganas porque te puede el cansancio de no haber dormido casi. El beso que te doy antes de salir del cuarto, y tu voz, siempre quebrada, preguntando si acabo de afeitarme al notar mi perfil áspero sin restos de la barba una semana olvidada. Te recuerdo también entrando en la cocina en calzoncillos, el beso de buenos días que sabe a pasta de dientes, la mirada que siempre se te escapa hacia la cafetera, esperando que haya sobrado un poco para ti, como sucede siempre.

Recuerdo tus manos cerrando la puerta antes de salir a trabajar, recuerdo tu sonrisa detrás de la barra, tus ojos disimulando la vergüenza ante el interés evidente de alguna chica borracha en una noche de fiesta. Te recuerdo llegando al trabajo cuando yo salgo hacia casa, el beso furtivo en la puerta del bar diciendo hasta mañana, o hasta la noche si no llego demasiado tarde hoy. Tus entradas silenciosas en la habitación a las 4 de la mañana, los movimientos sigilosos al quitarte el abrigo, el jersey y el pantalón, te recuerdo mirando a ver si estoy despierto, y entonces, si decido abrir los ojos, si ha sido un buen día, tus movimientos quitándote también la camiseta y entrando en la cama por el lado contrario. Y mi sonrisa, y tu mirada. Los besos llenos de esperanzas y deseos, las manos llenas de sueños de que el mundo fuera distinto.

Te recuerdo discutiendo en la calle, sin poder evitar contestar a la gente que nos mira confundidos y se siente avergonzada cuando nos damos la mano. Gritando en respuesta de algún insulto sin importancia que llega después de muchas horas de incomprensión. Te recuerdo defendiendo tu vida y tu derecho a amarme sobre todas las cosas. Te recuerdo defendiendo tu orgullo de ser como siempre has sido, de hacer todo tal como lo sientes. Te imagino después llorando, agotado de tantos prejuicios. Te recuerdo también al principio, cuando sólo éramos dos miradas curiosas, dos pares de ojos descubriéndose a sí mismos. Recuerdo primero el sexo de espaldas, y poco a poco el amor de frente y luego también de espaldas. Tus manos en mi ombligo, mis manos en el tuyo. Los nervios, las sorpresas, el miedo a nosotros mismos y a nuestros sentimientos.Recuerdo nuestra casa. Tu cepillo de dientes en mi bote del baño. Mis libros y tus discos en las estanterías. Mi ordenador, tus cuadros, mi pecera. El sofá del salón, la mesa de tu cuarto. Tu ropa por el suelo en nuestra habitación, mi ropa por el suelo en el cuarto de baño.

No recuerdo ninguna de las peleas, que las hubo, ninguna de las veces que juré no volver, que juraste dejarme. No recuerdo las horas de dudas, las noches en la cama vacía pensando si estarás cambiando de opinión. Las medias palabras, las verdades a medias. Los gritos en la cocina con la ventana abierta.

No recuerdo el accidente, no recuerdo la ambulancia ni cuanto tiempo estuviste esperando para ver si me despertaba. No recuerdo la gente llorando a mi alrededor, ni la gente sintiendo lástima por ti. Pero recuerdo tus ojos, no dejo de recordarlos. Quién diga que la vida se te pasa entera por delante en un solo segundo se equivoca. No es la vida entera y dura para siempre.

LOS OJOS DE AURORA

Si Demetrio se mira en los ojos de Aurora, no ve pasar el tiempo. Se le olvidan los años, su vejez, las arrugas. Se le olvidan las bolsas, se le olvidan los callos y las heridas de 60 años de trabajo. Si Demetrio se mira en los ojos de Aurora siente que es ágil, que es joven, que puede hacer cualquier cosa. Se ve como él cree ser realmente, tal y como él sabe que es.
En cambio, cuando Demetrio se mira en los ojos de sus hijos, se ve mayor y cansado se siente algo triste y tiene miedo a morir. Siente que es inútil, que no puede hacer nada, que ya ha pasado su momento. Siente que estorba un poco, aunque no demasiado, siente que algunas cosas ya no las puede hacer y piensa que ya no vendrán tiempos mejores.
Cuando Demetrio se mira en los ojos de sus nietos, se ve borroso, como si fuera un sueño, o un personaje fantástico. No se ve real. Piensa que es un juguete que se olvidan en casa, que a veces recuperan para jugar de nuevo.
Sólo cuando se mira en los ojos de Aurora se parece a sí mismo, a como él quiere ser. Sólo cuando se mira en los ojos de Aurora ve lo que quiere ver, ve lo que sabe hacer.
Y hoy que Aurora está muerta y es la última vez que estará frente a él, hoy que lleva llorando todo el día y ayer toda la noche, hoy que ya no la tiene sonriendo a su lado, hoy todo el mundo se empeña en dejarles a solas para que se despidan.
Pero Aurora está muerta y hoy tiene cerrados los ojos, y él sólo querría decirse adiós a sí mismo, porque Aurora hace horas que dejó de escucharle.

VERTIGO DE KERERTE TANTO

Cuando me miras con tus pequeños ojos de mar empedrado, cuando miras a todas las demás de la misma manera, cuando me dices cosas que también dices a otra, cuando siento que no significo nada diferente para ti, en esos momentos es cuando peor me siento. Porque no quiero tu amor, que es el amor de cualquiera. Quiero sentirme especial, quiero ser la única a la que dejas quedarse en todos tus despertares. Quiero compartir contigo el sudor de la noche y el vino de las comidas.
En cambio cuando me ignoras, cuando te apartas de mí, cuando no buscas mis ojos desde lo alto de tu escultural belleza, cuando bailas con todas menos conmigo, y no me hablas, y no me dices cosas bonitas bajo la manta del cuarto oscuro. Es esas veces cuando me siento más feliz, cuando lo haces más divertido, porque me tratas de otra manera, peor adrede. Soy especial y no te quiero, me da lo mismo, no me interesan tus ojos de arena y agua.
Soy una amante incompleta, te extraño porque no estás y salgo a buscar aventuras que no llegan porque en verdad no deseo.
Un día desapareces. Y no te dejas ver más. Y vuelvo a las mismas calles en las que te conocí, a buscar aventuras enterradas en la memoria, que no me llenan, pero deseo. Aventuras que regresan de la mano de unas sábanas roídas por el tiempo. Aventuras que no descubren que dentro sólo tengo polvo, y telarañas enredadas en el corazón.
Y después cuando regreso a casa escondida entre las sombras de la calle que disimulan mi vergüenza, cuando llego al sucio portal donde los ojos de mil mujeres me saludan a través de las mirillas de las puertas, ya puedo oler mi aroma a tierra estéril, donde, al menos, ni siquiera crecen las malas hierbas. Me arrimo a los escombros que confundo con muebles, y lloro entre las horas que pasan sin sentirse, sin hacer mucho ruido, ni dar grandes zancadas.
Y me siento insatisfecha y poco inteligente, y me siento un poco como en ninguna parte, o en un lugar lejano, o en la copa de un árbol.
Algunas veces, como sin querer, se cruza en mi camino una historia que merece la pena, una vida interesante y una sonrisa que me promete portarse bien, y entonces yo escondo mi mirada tras otra sonrisa que responde a su promesa con un poco de tristeza, porque se que voy a dejarla ir, porque no eres tú. Porque dejé que tu historia se escapara entre mis dedos. Ahora tomo aire, intento aguantar bajo tanta presión, como el que se sumerge en agua demasiado fría y permanece quieto, solamente a la espera. Pero tantas sonrisas, entre tantas preguntas y respuestas que nos dejan conocernos, entre manos que se enredan por debajo de la mesa, entre manos, que con el tiempo, podrían enredarse también por encima del café del desayuno, me dan vértigo, me producen claustrofobia, y tengo miedo a querer, a destapar la tapa de mi caja de Pandora y digo adiós mientras salgo por la puerta.
Esta vez no es distinta, vuelvo a casa tras cerrar la puerta de la felicidad atrás. Respiro el olor a tierra más estéril que nunca. Dejo caer mis sueños entre llantos secos, llantos un poco silenciosos. Me pregunto si alguna vez volverás para compartir conmigo tus pensamientos más oscuros, si alguna vez me mirarás por debajo del hombro, y me arrepiento de haberte querido tanto. Como tantas veces me miraré al espejo empañado por el vaho de mis lágrimas calientes, pensaré si merece la pena vivir sin vivir del todo, morirse de soledad, con el corazón pequeño perdido entre las costillas. Mis palabras se repiten en el eco de la casa vacía, del cuarto de baño con tu cepillo de dientes cubierto del polvo de tanto olvido. La nevera abre su boca, y me ofrece los restos de la cena de anoche. Sola, como siempre, me tumbo en la cama de somier inútil. Me abrazo a la almohada, sin pensar en otro tiempo, cuando dormía encogida en el hueco de tu espalda. Miro el techo que me recuerda las historias anteriores, las noches en vela, acompañada por un hombre, que podría ser cualquiera, que saltaba sobre mi y me dejaba estudiar hasta la última mancha de humedad de la pared amarillenta, las cortinas medio abiertas, el suspiro de sentirse campeón en un partido perdido, el beso que no me llena, el cigarro, y ponerse los zapatos y adiós, hasta pronto, volveremos a vernos. El portazo y mi alivio.
Y lo triste es que tú me quieres casi con tanta intensidad como hago yo. Y te emborrachas cada noche para olvidar que no duermes a mi lado porque no tienes valor. Y cada día despiertas con la resaca de haber sido tan cobarde de haberte dado la vuelta cuando lo único que te separaba de mi tristeza era la copa de whisky. No me llamas esta noche porque no quieres amarme.
Y tu cobardía y mi inseguridad me llevan una madrugada cualquiera, después de un polvo indefinido en el borde de la cama, a no despertarme nunca. A tomar las riendas de mi vida y soltarlas delante de un precipicio. Y caer, después de tantas y tantas veces sin dar el último salto. Y no vuelvo a abrir los párpados.
La noticia se te mete en la cabeza y se repite para siempre entre el resto de las cosas que destrozaste en tu vida. El tiempo no te enseñará a olvidarlo del todo, será una herida que escocerá cada vez que muevas el corazón en la dirección equivocada.
Y una tarde verás que ya es otoño y que las hojas se han caído antes de tiempo.

MELANCOLÍA, EL NIÑO KE KERÍA SER PAYASO.

Melancolía tenía los pies tan grandes que no existían zapatos de su talla, su boca se torcía en una curva hacia abajo y sus ojos parecían desolados. Sus manos eran ásperas y grandes, sus lágrimas amargas, amargas, como la sal del mar. Era tan alto como mirar las nubes y tan delgado como un suspiro. Era muy desgraciado, tanto, que la pena se le salía del pecho y algunas veces arañaba los cristales. Y lo más triste de todo es que quería ser payaso. Pero los niños al verle se asustaban, las niñas se escondían debajo de las faldas de sus mamás o detrás de los pantalones de sus papás. Hasta los perros gruñían cuando se les acercaba o miraban a otro lado sin hacerle mucho caso.
Un día, Melancolía conoció una mariposa que se le posó en el pelo;
-¿Cómo te llamas? Preguntó la mariposa.
- Melancolía.
- ¿Y qué quieres ser de mayor?
- Quiero ser payaso.
- Pero no puedes ser un payaso con un nombre así. Tu nombre es muy bonito para una mariposa, pero no para un payaso. Tendrás que encontrar un nombre nuevo.
- ¿Y dónde voy a encontrar un nombre nuevo?
- No lo sé. Pero hasta que lo encuentres yo puedo prestarte el mío.
-¿Cómo te llamas?
- Vaivén.
Y así fue que Melancolía y Vaivén se cambiaron los nombres y se despidieron.
La mariposa se fue volando contenta con su nuevo nombre y Vaivén, el niño que quería ser payaso, fue en busca de un nombre de verdad.
Como no sabia por donde empezar a buscar, comenzó a caminar sin rumbo, y se dio cuenta de que los pies ya no le pesaban tanto como antes, aunque la pena del corazón le seguía doliendo mucho, mucho.
Caminó buscando un nombre, miró debajo de un montón de piedras a lo largo del camino, pero sólo encontró una canica, dos piñones y una rama con forma de tirachinas. Al torcer por una curva del camino, tropezó con un ciempiés.
- Hola, ¿quién eres tú?
- Me llamo Vaivén. Quiero ser payaso.
- Oh! Pero no puedes ser payaso con un nombre así. Ese nombre es bonito para un ciempiés, pero no para ti. Tendrás que buscar un nombre nuevo.
- Eso estoy haciendo, pero no sé donde buscar.
- Bueno, yo si quieres puedo prestarte mi nombre hasta que encuentres otro más adecuado.
-¿Cómo te llamas?
- Ausencia.
Y asi fue como Vaivén dejo de llamarse Vaivén y comenzó a llamarse Ausencia.
Ausencia siguió el camino y llegó a un bosque muy oscuro donde encontró un claro para pasar la noche. Mientras hacía un fuego para calentarse, se dio cuenta de que sus manos parecían haberse suavizado, y que, como por arte de magia, había encogido un poco, y no llegaba tan alto.
Cuando estaba apunto de cerrar los ojos y echarse a dormir, una sombra pasó como una exhalación por delante de su vista, y se escondió detrás de un árbol. Ausencia miró el tronco del árbol con atención, pero ni rastro de la sombra. Cuando estaba apunto de desistir, la sombra se asomó tímida y preguntó.
-¿Cómo te llamas?
- Ausencia. ¿Y tú?
-Yo me llamo Inquietud.
-¿Y de qué te escondes?
- De todo, porque soy muy nerviosa. Era la sombra de una niña, pero como dormía muchas horas, tuve que huir, no podía estarme quieta tanto tiempo. Ahora me buscan por todas partes, y siempre ando escondiendome. Aunque la echo mucho de menos.
- ¿Y por qué eres tan nerviosa?
- Por mi nombre. No tengo nombre de sombra.
- Bueno, yo quiero ser payaso y tampoco tengo nombre de payaso. Si quieres cambiamos el nombre, pues mi nombre es mucho más adecuado para una sombra.
-¡Oh! ¿Harías eso por mí?
- ¡Claro!
Y así fue como Ausencia pasó a llamarse Inquietud. Y la sombra volvió, con su nuevo nombre, a los pies de la niña a la que tanto echaba de menos.
A la mañana siguiente, y casi sin dormir, Inquietud recogió su mueca de tristeza y comenzó a caminar. Pero caminaba más deprisa y más ligero. Incluso llego a pensar que la pena del corazón ya no era tan grande. Pero sus ojos aún parecían a punto de echarse a llorar.
Llegó a un pueblecito, con casas bajas de piedra y otras un poco más altas de madera. Allí los niños no parecían advertir su presencia, y no se escondían cuando se cruzaban con el por la calle. E Inquietud pensó que ese sería un buen lugar para vivir. Y que seguramente allí podría encontrar un nuevo nombre. Preguntó en la Taberna, y le dijeron que le darían alojamiento, alimento y un fuego donde calentarse, pero que no podían darle un nombre nuevo, porque no tenían ninguno de sobra, y los suyos habían tardado mucho tiempo en encontrarlos. Inquietud se instaló en un cuarto pequeño pero confortable, y almorzó con los demás clientes. Fue la primera vez que no se sentía incómodo del todo al estar rodeado de otras personas, pero algo se le movía dentro todavía, y no podía sentirse del todo a gusto.
Al caer la tarde, salió a dar un paseo por el pueblo. Las estrellas le sonreían desde el cielo por primera vez, y una bocanada de aire fresco llenó sus pulmones de color. En el medio de una plaza ni muy grande ni muy pequeña, había una fuente, ni muy grande ni muy pequeño, y a Inquietud que siempre le habían gustado las cosas medianas, le llamo la atención la fuente y se acercó a ella. En el centro de la fuente, tallada en piedra, un hada hacía una mueca de burla, y a Inquietud le pareció curioso, y le hizo reir. No recordaba haber reído nunca antes, ni una sola vez en toda su vida, y se puso tan contento que se abrazó al hada y dijo:
-Ojala supiera tu nombre para poder compartirlo contigo y hacer reír también a los demás.
Una voz misteriosa pareció surgir del agua de la fuente, como un murmullo, y le contestó.
- Me llamo Alegría, pero no puedo moverme de esta fuente porque mi nombre está anclado a ella. He de pasar toda mi vida aquí, haciendo reír a todo aquel que pase, sin hacer distinción ninguna entre ellos.
- Oh, pero eso es maravilloso, yo podría hacerlo por ti, siempre he soñado con hacer reír a los demás. Pero no puedo, pues no encuentro un nombre adecuado para mi sueño. Si quieres, podemos cambiar nuestros nombres.
- Pero entonces tendrías que quedarte siempre aquí, junto a la fuente, y haciendo reir a todo aquel que beba de su agua.
- ¡Lo haré encantado!
Y, de pronto, un torbellino de luz envolvió a Alegria y a Inquietud y los hizo girar. Y la piedra se convirtió en hada, y el niño se convirtió en payaso, en un payaso de piedra con una sonrisa enorme que se llama Alegría y hace cosquillas a todos los que beben de la fuente.

viernes, 16 de enero de 2009

LA FABULA DE LA F

Un fauno fantaseaba desde su
frondoso y fuerte fresno, pues
le fascinaban y flipaban la faz y
la fragancia de la ninfa del frio.
Febril y feliz, pensó en fecundar
a la ninfa con su fantástico falo,
pero falló al fardar porque en
un festín la ninfa folló con otro
fauno más fibroso. El feo fauno
del fresno farfulló feas falacias
del otro fauno, y fingió ser fiero
y feroz, pero era una farsa, y
la ninfa del frío fué fiel a su
fauno. El otro fauno - el fresco
del fresno - finalmente se fugó
a Francia, fatigado de fallar
en sus fáciles fantasias. Los
fogosos fornicadores al fondo
de las flores tuvieron un fastuoso
forcejeo que dejó fecundada a la
ninfa con un feto -medio ninfa,
medio fauno-. Y finalmente,
formaron una feliz familia. FIN.

LA DOROTEA

Mi abuela me contó que hay una mujer en el mundo a la que todos aman, una mujer infinitamente triste, una mujer que sólo sufrió una derrota pero que fue más grande que todas las derrotas del mundo. Una sola decepción que fue culpa de un hombre despechado que no supo quererla como el resto. Su nombre es Dorotea. Y tiene la sonrisa más triste de todas las sonrisas.

Dice mi abuela que cuando Dorotea sonríe a la luz de las farolas, hasta el último insecto de la noche siente impulsos de volar junto a la sombra que va dejando a su paso. Cuando Dorotea sonríe a la luz de las estrellas, todos, hasta el hombre que vive en las montañas, sienten el impulso de sonreir también. Y Dorotea sonríe de noche porque la luna le muestra su interminable belleza, su aplastante belleza de sirena varada en una playa perdida. Porque Dorotea tiene alma de sirena y sonrisa de mujer infinitamente triste.

La melancolía de la enorme ballena blanca que es Dorotea se metió en su cuerpo en el mismo momento en que el hombre que transformó su vida en una desdicha infinita desapareció dejando detrás, sólamente, la estela plateada de su pequeño barco de vela. Y esa melancolía, que la convierte en la única mujer del mundo capaz de sonreir con tanta tristeza dentro, se quedó para siempre enredada en sus costillas. Aquel momento que pareció eterno convirtió a Dorotea, no sólo en la mujer más grande de la tierra, sino también en la más triste y en la más mágica.

Dorotea es inmensamente grande, e inmensamente bella. Nadie existe en el mundo que no la considere la mujer mas bella de todas, nadie existe que no se sienta atraido por su mirada magnética. Su enorme cuerpo de ballena, en total armonía con su sonrisa de plata, también gigante, completan, como en un círculo perfecto, su naturaleza de mujer.

Dorotea nunca habla, excepto cuando lo considera imprescindible. Y las palabras que salen de su boca son aquellas que a nadie se le habrian

ocurrido. Nunca habla, pero parece entenderlo todo mejor que ninguno otro, y cuando estás cerca de ella, tus problemas pierden importancia, y nada hay que perturbe la tranquilidad que provoca. Cuando Dorotea te acompaña con la melancolía de su mirada infinita, invade tu cuerpo un sentimiento de paz que se antoja eterno. Cuando te acompaña con su triste sonrisa, una sensación de felicidad se te cuela dentro, entre los más pequeños y los más grandes pensamientos de tu interior.

Nadie sabe cuantos años tiene, pero podría ser muy joven o muy vieja, pues su rostro es atemporal, como congelado en la distancia entre lo más profundo del profundo océano y lo más elevado del cielo más alto de todos. No tiene edad y nadie sabe de donde vino. Su nombre se escucha siempre cerca del mar. Todo el que la ha visto, o todo el que dice haberla conocido, dice que se sienta cerca de la orilla, con el agua mojando los inmensos dedos de sus inmensos pies.

Cuando la mujer mas bella del mundo se enamora, no hay nada que hacer. Cuando la mujer más hermosa del mundo se enamora del hombre equivocado, aún hay menos que hacer. Dorotea se enamoró del hombre más solitario y más inestable del mundo, del más sano y el más enfermo. Del mejor socio que tenía la soledad. Se enamoró de cada uno de sus gestos, de cada una de sus miradas, de sus manos de campesino y sus ojos de tierra seca. Se enamoró de su independencia, de su locura, de sus ganas de libertad.

Cuando él se dio cuenta de que la mujer más hermosa del mundo estaba enamorada de él, sintió un profundo miedo. Pensó que no sabría responder con sus sencillas palabras a los silencios de ella. Y huyó. Y desapareció del mundo conocido. Y se fué donde nadie supiera lo que había hecho. Donde nadie supiera que se había convertido en el hombre más cobarde de todos.

Dorotea sintió entonces, en respuesta a su gran pasión, una decepción aún más inmensa, y pensó que nunca recuperaría su sonrisa. Pensó que su belleza terminaría por consumirse, que nunca más sería feliz. Y deseó que nadie sufriese un dolor en el pecho como el que ella sentía, y lo deseó con tanta intensidad, y amaba a aquel hombre con un amor tan puro, que desde ese momento su melancolía eterna convirtió en felices a todos los que la contemplaban.

Los que la conocieron, dijeron de ella que no tenía fin, los que laescucharon, si esque alguno la escuchó en realidad, dijeron que su voz era más clara que el agua cristalina, y que sus palabras eran las acertadas, las que había que decir en el momento en el que las decía, pero que a nadie se le hubieran ocurrido sino a ella. Los que alguna vez miraron sus ojos, decían de ellos que eran inmensamente oscuros, inmensamente tristes e inmensamente bellos, que no había fondo en su mirada, y que entraban tan dentro de ti que te hacían parecer pequeño y transparente.

Aquellos que la vieron la amaron, aquellos que escucharon su voz, la amaron más aún. Aquellos que oyen hablar de ella, quieren conocerla y amarla también. Aquellos que buscan una palabra y no la encuentran, deben saber que Dorotea la está pronunciando, allá donde esté.

ILUSTRACIÓN: Yuki Sen Sei

KRISTIAN

Y el cuento empieza con una ventana..

Cuando miró por la ventana medio abierta el sol del mediodía, y saludó al horizonte que le traía tan buenos recuerdos, no se pudo imaginar que allí donde miraba había una noche eterna que caminaba poco a poco hacia su vida, que llegaría disfrazada de atardecer y se quitaría el antifaz para dejar ver al mundo la luna que no envejece, la luna de Noviembre. Cuando miró por la ventana y se puso melancólico porque no había nubes que taparan tanta luz de realidad, no sabía todavía que sería un gran día para él, a pesar de la realidad, o gracias a la realidad que tan poco le gustaba.

Mientras se vestía de esperanzas y de sueños, como hacía casi todas las mañanas, y cubría capa a capa su corazón recosido tantas veces, o tan pocas, porque nunca es suficiente; mientras tomaba el café que le ayudaba a despertarse, mientras guardaba en el armario el azúcar, y se ponía la bufanda, que cubría casi siempre la mitad de su sonrisa, mientras salía por la puerta dejando atrás su vergüenza, empezó a sentir que algo distinto tenía aquella mañana, que algo diferente había sucedido la noche anterior que iba a dejar una gran huella en el suelo de este nuevo amanecer.

En el autobús casi lleno empezó a recordar el sueño que había tenido, y allí estaba Peter Pan, preguntándose si los sueños se cumplen algunas veces, si los cuentos, que es lo mismo, se convierten en realidad. Y pensó que no, que los sueños son sólo sueños, que las historias que le cuentan al oído o a través de la ventana, son sólo historias que te hacen la vida más fácil. Pero se equivocaba, porque la realidad depende de los sueños y los sueños son realidades que no pudieron ser, que se quedaron a medias y que están ahí, cada noche, por si alguien quiere recuperarlas y darse una segunda oportunidad.

Aquella mañana, aquella tarde porque mientras iba en el autobús quiso cambiar el tiempo y lo hizo solamente con pensarlo, fue un continuo « deja vu » que por primera vez podía entender y resolver, un extraño sentimiento de control sobre si mismo le invadía cuando caminaba entre tanta gente, y deseó que parasen a mirar a su alrededor, y lo hicieron, y deseó que todos fueran tan felices como él, y eso le convirtió en una persona maravillosa, y después no deseó mas, porque no le gustaba el poder, porque sentirse poderoso da siempre un poco de vértigo.

Siguió caminando, y sin mirar hacia atrás vio los ojos extraños y cubiertos de tristeza que se le clavaban en la espalda y le sujetaban sin tocarle, y se quitó la bufanda y dejó ver su sonrisa. Y se giró y dejó ver sus ojos de tierra húmeda, y se acercó a los ojos que pedían silenciosos una mano que no los dejara caer, que los sujetara por encima de la cuerda que hoy era más floja que nunca. Y sacó la mano del bolsillo roto, y se la dio a la chica que asomaba por detrás de aquellos ojos, y camino con ella por la cuerda de la felicidad durante unos instantes que parecieron eternos, y juntos podían ver el camino entre los pies del mundo entero. Y dejó aquellos ojos a salvo, en el portal melancólico que se cerró con un pequeño grito ahogado de gracias, de despedida.

La siguiente mirada se cruzó en su camino unos metros más adelante, era una mirada seca, un poco carcomida por el polvo de tantos años que simplemente habían pasado uno detrás de otro. Una mirada sabia, pero aburrida, que pedía auxilio, que necesitaba que alguien la sacase de la rutina de los días, de los meses que se sucedían sin fin, en un continuo ir, sin venir, sin dejar de ir siempre hacia ninguna parte. Y esperó a que su impaciencia le hiciera dar otro paso para cruzarse en medio e impedírselo, y hacerla caer y romper su reloj; y con sólo un tropiezo cambió el rumbo de las cosas, y la adentró en un nuevo día, desconocido, que la convirtió en una nueva mirada, más joven, más sorprendida, y menos sabia... Dejó la segunda mirada desayunando en la barra de algún bar, sin saber muy bien en qué momento del día se encontraba, y sin saber muy bien si aquella sensación en el estómago era hambre o se estaba enamorando.

La siguiente que salvó fue una mirada doble, cuatro ojos que se evitaban a pares, que se intercambiaban sonrisas eternas desde distintos puntos de la ciudad en los momentos equivocados, que querían decir y callaban, que estaban de frente y cerraban los ojos, que no tenían valor para mirarse unos a otros y que tenían un miedo extraño a ser rechazados, cuatro ojos que querían quererse pero no lo sabían, cuatro ojos que no juntaban sus dos perfectas narices por miedo a que no encajaran, por miedo a equivocarse de pieza al montar el rompecabezas. Y él, que ya sabía que los rompecabezas no tienen que encajar a la perfección, porque la perfección es aburrida, agarró las cuatro manos con fuerza y las hizo girar hasta sentarlas frente a frente y dijo lo que las miradas callaban, y esperó hasta ver las piezas desencajar casi perfectamente, y después del beso, se marchó.

Y cuando miró a su alrededor de nuevo, ya empezaba a oscurecer y alguna estrella se adivinaba en el cielo abierto, y no había gente en Sol que corriese, no quedaban corazones por salvar ni miradas por abrir, excepto la suya, y sintió la soledad que siempre le había asustado. Volvió a casa mientras la luna se dibujaba en el reflejo de su silueta, y en su ventana, que seguía medio abierta, escrito con el vaho de medianoche estaba su cuento eterno, que terminaba igual que empezaba, asomado a la ventana, con una voz que le susurraba al oído y que le acompañaba desde lejos, desde la estrella más maravillosa de todas, justo la segunda de la derecha, y le decía “Vuelve en Noviembre”. Y la soledad se esfumó y la noche no terminó nunca, y volvió en Noviembre, en un Noviembre eterno, a asomarse a la ventana y a dejar que el aire que entraba en la habitación le destapara el corazón y se le metiera dentro.
FELIZ NOVIEMBRE

POPICIDIO

Señor Juez, tuve que hacerlo.

Quedaban 6 días y parecía que estábamos ya en Benicasim. Miraba 12 veces al día la página del FIB. Tenía la radio puesta las 24 horas y se había comprado una camiseta que decía: “YO ESTUVE EN EL FIB 95”. Me regaló una riñonera de lunares para el viaje y me hizo una funda para el IPod con la cara de “J”, el de los Planetas, blanca y negra. Tenía el número de Julio del MondoSonoro, del RockDeluxe y del IndieRock y había un Post-it en el espejo del baño con el mensaje: “I DON’T LIKE MONDAYS”.

Cuando me dijo que a partir de ahora podía llamarla Alison Mosshart, supe que debía hacerlo. Rompí por la mitad un vinilo de Belle & Sebastian y se lo clavé en el corazón. Escuché las gotas de sangre cayendo al suelo del baño: pop, pop, pop…

ÁFRIKA



LA PRIMERA VEZ

Maputo. Capital.

Se ve la arcilla desde la ventana del avión. Las nubes y la arcilla del suelo. Color rojo, como tantas cosas horribles. Rojo como la sangre de los que caen cuando las cosas funcionan mal. Como el dolor cuando no sabes cómo ayudar. Rojo tristeza. Rojo terror.

En las calles hay armas y violencia contenida. Hay necesidad y llanto. Hay, sobre todo, cansancio, resignación.

No hay niños, hay tan pocos que me asusta. Hay tan pocos que no es mas que un mal presagio. Y sólo he conocido la capital.

Pero no es todo angustia. También hay un poco de esperanza. Esperanza en las sonrisas de la gente que me cruzo por la calle. Esperanza en las oleadas de personas que no se conforman, y gritan, y no se dejan aplastar. También queman coches y bancos cuando no están contentos. Es algo muy humano.

Es algo muy humano pero se los trata como animales. Los menos hombres presumen de tener esclavos…

Veo una niña a lo lejos:

-Áfrika. Así me llamo.

II

Afrika despierta aterrada, la corrupción la ahoga. Dentro tiene un montón de niños ke crecerán sin saber cuándo han dejado de ser niños, demasiado deprisa y demasiado tarde.

Afrika despierta y camina por el borde de la carretera. Akellos ke la miran desde fuera se preguntan dónde va. Akellos ke la miran desde dentro se pelean por llegar. Algunos de los niños morirán en el camino y, aunke Afrika lo sabe, no descansa. Camina bajo la lluvia ke le cala hasta las partes ke nunca le ocupó nadie.

Afrika se guarda dentro cada hermano ke se cruza en el camino, cada extraño, cada ausente.

Afrika no duerme apenas, cuando la luna no brilla se despierta con los gritos de los muertos. Cuando la luna sonríe, se despierta con los llantos de los vivos. Cuando la luna es inmensa y se refleja en los ríos y los mares, se despierta con gemidos de las madres ke no llegan a parir. Y prefiere no tener ke despertarse. Prefiere caminar sola, con los niños y los muertos, con los vivos y las madres.

Afrika no siente miedo y no kiere ke la salven. Se siente contaminada por los ke tienen poder, por los ke juegan con ella, por los ke duermen con ella a cambio de un meticai. Afrika no siente miedo, no siente resentimiento.

Afrika duerme a los niños con canciones y camina muy despacio. Cuando amanece susurra para ke el sol salga lento, tarde, frágil. Si los niños se despiertan cuando Afrika no camina, Afrika se pone alerta. La corrupción no descansa, igual ke Afrika, y los niños siempre aprenden de lo ke tienen más cerca. Por eso, algunas veces, Afrika debe escaparse, correr.

Afrika deja ke pasen los días. Y camina. Y en el camino sonríe con los niños ke la llaman desde su parte más honda. El dolor sólo la empuja a seguir un poco más.

Afrika kiere llegar y las lluvias hacen ke crezcan los ríos, y tiene ke dar la vuelta y buscar otro camino. Afrika no desespera. Atraviesa por los montes y se sienta en los baobabs a reponer energía con mandioca. Un momento nada más, para seguir caminando. Intentando ke esta noche no se le cierren los ojos en mitad de una calzada.

Y si Afrika no llega, si los niños crecen tarde o muy deprisa, serán otros los culpables. Serán todos menos ella.


III

A veces Áfrika tiembla. Está aterrada. Se esconde bajo mi falda y no se atreve a salir. Llora. Escucho su llanto casi inaudible porke está entre mis piernas. Y ha elegido mis piernas, no otras, mis piernas pálidas, lechosas, mis piernas blancas, porke le dan confianza.

Afrika me pide auxilio en una lengua ke no comprendo. Tiene miedo de la gente ke la miente. Tiene miedo porke no se atreve a sufrir más. Está demasiado cansada.

La mentira es el pan de cada día para ella. La mentira. El peligro. La corrupción, la violencia, la ignorancia. Me pregunta cuánto keda. Podría decirle ke ya llegamos, ke no keda mucho, ke aguante, pero es mentira, y yo sé ke Afrika está ya harta de mentiras. Sólo kiere llegar.

Kiere encontrar su lugar. Su sitio. Pero todo está ocupado. Todos kieren llevarla a sitios ke ya existían. Ke conoce o desconoce pero ninguno es su casa. Necesita estar en casa, pero no en cualkiera, sólo en la suya. Y aún no ha llegado. Llegarás y aún no sé cuando.

Afrika busca mi mano y se incorpora. Sale de su escondite con la cara seca, limpia su falta de lágrimas con el dorso de su mano y me mira fijamente. Me sonríe. No necesita consuelo, ni ayuda. No necesita caridad.

En un portugués perfecto me susurra. -Sólo kiero ke me dejen de engañar. Ke dejen de aprovecharse.- Se da la vuelta y camina. Llegará y aún no sé cuando. Llegará.


IV

-He conocido -me dice- un cooperante. Tiene la mirada ausente muchas veces. Es sincero. Puedo agarrarme a sus piernas si me asusto, y me protege. Puedo enfrentarme a sus ojos sin sentir su compasión.

-Tiene la piel del color de la tierra ke le adopta. Tiene las manos abiertas y los bolsillos vacíos. No me busca por caminos, y me encuentra. No viene a salvar mi vida, pero como no lo intenta, lo consigue. No kiere darme esperanza, no me engaña. No me besa en la cabeza, no me acaricia la cara, no se sienta junto a mí para ver pasar el tiempo.

Afrika camina sola, pero sabe ke camina junto a otros. Sabe que sin ellos kizás no sería. Sabe ke sin ellos, kizás, no podría caminar.

-He conocido -repite- un cooperante. Sé que sufre como yo, las mismas cosas. La corrupción lo extorsiona, como a mí. Y me asusta que pueda pensar que soy yo quien lo permite.

-El dolor ke tengo dentro se le mete en las entrañas. No aguantará mucho tiempo pero sé ke volverá. Porke siempre ke se va se olvida algo. Porke siempre, antes de irse, mira atrás desde la puerta y en su mirada adivino, entre gritos de injusticia, rastros de melancolía.

Después Afrika me mira suplicante, la veo triste como nunca. Preocupada. Veo incluso en su mirada algo de resentimiento ke se mete entre sus manos y las mías. Ke se mete entre sus manos y las piernas de su amigo.

Resentimiento con rabia porke hay gente ke le impide sujetarse a sus rodillas. Resentimiento con rabia. Resentimiento de historia sin vuelta atrás, sin remedio.

Afrika no se acostumbra, aunke kiera, a su presencia. No se acostumbra a su ausencia. No se acostumbra a estar viva, ni a estar muerta. No se acostumbra a pensar ke tiene ke acostumbrarse.

Afrika se duerme sola pero sabe ke muy cerca un cooperante descansa, o lo intenta, y está solo, como ella.

V

Afrika atardece y se recupera de su historia. Tanto dolor inútil ke no se convierte en llanto, sólo se convierte en ganas de dar un paso más. Por un instante, se ríe. Después vuelve a levantarse y caminar. Tiene ke llegar.


VI

A través de la ventana, sin cristal y sucia, carcomida por las lluvias del verano, Afrika adivina la cara de un niño ke una vez cargó. Ke llevó por dentro y ke, en un momento, se escapó de ella.

Trata de recordar su cadencia un poco desesperada, su latir, su intermitencia, pero, igual ke la ventana, su memoria también se ha empañado con el polvo de los días. Pero recuerda su nombre y por eso no se asusta. Su identidad aparece algo borrosa en la noche, y no puede permitirse ser la culpable de eso.

Afrika mira la luna, ke esta noche es casi llena y no dejará ke amanezca hasta repetir, por orden, los nombres de cada uno de los ke una vez cargó, de los ke llevó con ella encima de sus entrañas, de los ke llevó con ella tras sus pechos de madre, sus pechos de niña.

Kizás la noche sea eterna, kizás no. Son tantos nombres los ke tiene en la memoria, tantas voces, son tantos los ke no están, los ke no han llegado. Son tantos nombres distintos, tan iguales otras veces. Son tantos ke podrían ser uno solo. Son tantos ke siempre serán el mismo.

Kizás la noche sea eterna. Ojala hubiera luna llena.


LA ÚLTIMA AFRIKA

Me despido de ella desde el mismo lugar desde el ke la vi por primera vez, desde la ventana del avión, ya parado. En el aeropuerto. Me despido de ella y no puedo pensar.

Angustia. Algo me oprime en el pecho, me ahoga, no me deja respirar. Siento ganas de llorar pero no encuentro las lágrimas. Siento ganas de llorar. Sólo ganas.

Me mira fijamente, con los ojos muy abiertos, muy redondos. Me mira con esa mirada oscura ke me sorprendió una mañana hurgando en la mochila. Con esa mirada ke se te mete tan dentro, ke te deja ver tan dentro.

Siento ganas de llorar pero se atascan los llantos en algún lugar de mí. Un lugar profundo ke no alcanzo a encontrarme.

Cuando el avión enciende los motores siento un desgarro en el estómago. Me sobresalto, cierro los ojos. Vuelvo a abrirlos y no está.

Kizás sea la despedida más amarga ke ha existido. Kizás sea la despedida más fría, más dolorosa. Pero así se despide Áfrika.

El avión ya está volando. Estoy alejándome de ella. No sé si la volveré a ver. Hay tantas cosas ke he olvidado decir, tantas cosas ke hubiera kerido decir. Hay tantas cosas ke nunca se dicen.

A mitad de camino rompo a llorar. A partir de este momento sólo perderé recuerdos. Sólo perderé a Áfrika un poco más cada vez.

Y 39 NOCHES DESPUES LA LUNA SE VOLVIO ROJA

Existe una leyenda que cuenta que aquí, donde ahora mismo estamos sentados, sólo había una llanura infinita. Que no había accidentes geográficos, ni montañas, ni ríos Que no había vegetación, no había árboles, ni plantas. Que todos los caminos, todas las casas, todas las puertas y ventanas eran la misma. Que aquí, una vez, todos los horizontes fueron el mismo y se confundían con la tierra.

Y que aquí vivían Los Eternitas.

Eran un pueblo casi como cualquiera, excepto por una cosa, no envejecían. Una vez el tiempo se les paró y ya no crecieron más, pero hace tanto de aquello que ya nadie lo recuerda. No sabían si eran niños o lo que era ser mayor. No cumplían años. Siempre eran iguales y nunca cambiaban. Como no había tiempo siempre era de día y no había estrellas, ni luna, ni lluvia ni mar. Cuando un Eternita miraba alrededor sólo veía más Eternitas. Cuando un Eternita despertaba en la tierra, sólo veía tierra, seca, árida, casi amarilla. Y no conocían otros colores que el cielo y el suelo, no conocían otros olores que la arcilla o el aire. Y vivían sin conocer nada más que su llanura. Y más allá ya no había nada.

Los Eternitas eran gente antigua, de piel de arena y de ojos grises como las nubes. Los Eternitas nunca estaban tristes, pero les faltaba algo que no les dejaba ser felices del todo. Hasta que un día ocurrió algo que los cambió para siempre, que los convirtió en Eternitas Eternos.

Hasta que de pronto, en medio del día eterno, las nubes taparon el sol y tras largo rato de oscuridad gris empezó a caer del cielo algo extraño, parecían lágrimas, llanto de las nubes. Lo llamaron lluvia y abrieron la boca, dejaron que entrase hasta sus barrigas y, Los Eternitas, calmaron la sed que siempre tuvieron pero sin saberlo. Y cantaron juntos y otra vez bailaron hasta que las nubes desaparecieron y desde ese día todo fue distinto.

Desde el día que llamaron El Primero, los cambios fueron sucediéndose sin descanso. Conocieron la noche, y con ella descubrieron también el frío, y los Eternitas, que no conocían nada más que el sol, sintieron miedo.

Los cambios sucedieron rápido, tantas cosas nuevas que les sorprendieron, y los sentimientos que antes les faltaban, que antes no tenían, llegaron de golpe, y fueron felices, y sintieron pena, y cada segundo era diferente y comenzó el tiempo de los Eternitas.

Salieron colores nuevos en el suelo, colores distintos, que no conocían. Pedazos de vida brotaron por momentos de la tierra, crecían verdes, marrones, amarillos, blancos, que formaban grandes y pequeños dulces que tenían olor, que tenían sabor. Y los Eternitas se sorprendieron al probar los trozos de lo que crecía, que les quitó el hambre que tampoco conocían.


Los Eternitas tenían la piel de tierra y se distinguían por sus dibujos. Sus tatuajes. Cada vez que llovía, con agua y polvo del barro se pintaban trazos, círculos, caminos que les recorrían de pies a cabeza, de cabeza a pies.

Cuando se levantaba el aire, Los Eternitas cantaban al viento cuando lo oían, como un impulso, como un instinto que nadie sabe de dónde viene. Y dejaban que se les metiera dentro porque formaba parte de ellos, porque les hacía ser más felices. Y el viento levantaba el polvo, y entre ese polvo bailaban hasta que volvía la calma. Y reían. Y se sentían mejor.


En donde estaba la aldea, parecía que la tierra se ablandaba, que en vez de arena y polvo, de la tierra salían manos que los tocaban los pies, manos suaves que parecían cabellos, y por un momento pensaron que estaban en la cabeza del mundo. Y uno de Los Eternitas quiso llegar aún más lejos. Hasta el corazón. Y los demás, que no lo entendieron, le convencieron de que estaban bien allí donde estaban y allí se quedaron.

Una mañana Los Eternitas despertaron y en medio de su aldea había brotado un árbol gigante, La Nariz del Mundo, y todo ese día y toda la noche lo celebraron bailando a su alrededor. Comieron todos los frutos que daba, y bebieron toda la ambrosía de sus flores. Y la luna era más grande que nunca y cantaron hasta que se hizo de día y ya no quedaba más. Y se quedaron dormidos bajo la sombra del árbol. Al despertarse el primero de los hombres, ya no estaba, y despertó a los demás. Todos comenzaron a inquietarse, y el primero empezó a ser el centro de las miradas y de todas las preguntas. ¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? Y uno de ellos lloró, y nunca antes habían visto a un Eternita llorar, y el silencio se adueñó de todo el pueblo y dejaron de mirarse unos a otros.
Desde entonces las cosas fueron distintas. Los Eternitas se volvieron solitarios, y llorar ya no era extraño y sucedía muchas veces. No eran una familia, sino varias. Y entre ellos ya no eran todos amigos. Unos pensaban que el árbol se había ido porque alguien había intentado robarlo, otros que aquellos otros lo tenían escondido. Inventaron la desconfianza y el odio. La envidia y la codicia.

Comenzaron las peleas. Y empezaron a utilizar todo lo que encontraban para cosas que nunca lo habían usado. Los palos ya no servían para hacer música. Las piedras ya no eran utensilios de cocina. El fuego ya no servía sólo para calentarse. Ahora eran lanzas, armas. Las plantas que nunca tocaban antes, ahora eran veneno para los demás. Empezaron a caer los eternitas, uno tras otro, a morir los más ancianos y con ellos la verdadera sabiduría. Ya no tenían a quién pedir consejo, así que cada uno tomaba decisiones que sólo le servían a él, y a su familia, pero que traía problemas a los que vivían cerca. Comenzó la guerra.

Pasaron los días y las casas ardieron, el suelo se empezó a secar, nadie se ocupaba ya de ir a buscar agua, nadie se ocupaba de dar de comer a los animales. Se olvidaron de enseñar a los pequeños, y ya nadie se acordaba de hacer reír a los niños.

Y 39 noches después la luna se volvió roja.

Al amanecer ya no quedaba nadie. ¿Se habían ido todos? No quedaba más que el humo del fuego. Y el suelo había crecido casi hasta el infinito y a lo lejos el sol se reflejaba en el agua.

Había ríos y lagos donde estaban antes las casas, y había árboles donde dormían. Y en el lugar donde antes no había nada ahora están los Pirineos.

IN MEMORIAM

Como un resumen de su vida entera, aquel momento se quedó inconcluso. No le dio tiempo a ser como era, no le dio tiempo tampoco a enseñar tantas y tantas virtudes que habia acumulado con el pasar de los años. Había aprendido mucho, había escuchado aún más. Pero se había pasado su momento, el momento de las buenas personas con buenas intenciones. Ahora eran otros tiempos, solía decirme cuando iba a tomar café con él después de comer. Ahora eran tiempos para el egoísmo y el pisar a los demás. En mi época, me decía, la gente miraba por sí misma también, pero con otra idea, la de conseguir lo mejor para uno sin hacer daño a nadie. Ahora los jóvenes, me decía, aunque yo sabía que no sólo lo decía por nosotros, los de veintitantos, sino por sus hijos y tantos adultos por los que se sentía abandonado o rechazado, ahora los jóvenes pensáis sacar provecho del dolor ajeno. Y no es necesario. Yo supongo que el par de horas que me pasaba por allí, una o dos veces a la semana, no eran mucho para él. Que a él le hubiera gustado que fuera cada tarde. Porque tenía años y años que contar, y le quedaba poco tiempo para ser escuchado. Y nadie hará una película que lleve su nombre, decía, porque las cosas importantes ahora son las que se cuentan en un momento y dan eternidades de provecho; las mentiras. Y yo intentaba siempre llenarle un poco de esperanza, decirle que no todo era tan terrible, pero en el fondo sabía que tenía razón. Que por fín habíamos conseguido deshacernos de nuestros mayores, que por fín habíamos conseguido callar los labios de los sabios, que durante toda la historia de la humanidad habían sido los mejores consejeros, y ahora, una vez logrado, nos ibamos a la deriva, sin rumbo ninguno. Y él me decía que estaba bien que yo tuviese esperanza, porque la esperanza nos ayuda a seguir vivos, como la ilusión. Pero que él ya la había perdido casi del todo, porque durante tantos años había escuchado demasiado, y nadie lo había escuchado a él. Y todo lo que había aprendido, nadie quería oirlo. Y tenía razón, no era el hombre más sabio, pero todo aquél que le hubiera escuchado habría aprendido algo de él, y con eso era suficiente. Pero ya nadie quiere escuchar a los viejos, me decía. Somos muchos, pero es facil deshacerse de nosotros porque no damos guerra, estamos cansados y... Y así, en mitad de la frase se quedó en silencio. Ahora ya no me dice nada, pero me gusta pensar cuantas cosas tendría que decirme. Aunque no pudiera terminarlas.