viernes, 1 de mayo de 2009

MELANCOLÍA, EL NIÑO KE KERÍA SER PAYASO.

Melancolía tenía los pies tan grandes que no existían zapatos de su talla, su boca se torcía en una curva hacia abajo y sus ojos parecían desolados. Sus manos eran ásperas y grandes, sus lágrimas amargas, amargas, como la sal del mar. Era tan alto como mirar las nubes y tan delgado como un suspiro. Era muy desgraciado, tanto, que la pena se le salía del pecho y algunas veces arañaba los cristales. Y lo más triste de todo es que quería ser payaso. Pero los niños al verle se asustaban, las niñas se escondían debajo de las faldas de sus mamás o detrás de los pantalones de sus papás. Hasta los perros gruñían cuando se les acercaba o miraban a otro lado sin hacerle mucho caso.
Un día, Melancolía conoció una mariposa que se le posó en el pelo;
-¿Cómo te llamas? Preguntó la mariposa.
- Melancolía.
- ¿Y qué quieres ser de mayor?
- Quiero ser payaso.
- Pero no puedes ser un payaso con un nombre así. Tu nombre es muy bonito para una mariposa, pero no para un payaso. Tendrás que encontrar un nombre nuevo.
- ¿Y dónde voy a encontrar un nombre nuevo?
- No lo sé. Pero hasta que lo encuentres yo puedo prestarte el mío.
-¿Cómo te llamas?
- Vaivén.
Y así fue que Melancolía y Vaivén se cambiaron los nombres y se despidieron.
La mariposa se fue volando contenta con su nuevo nombre y Vaivén, el niño que quería ser payaso, fue en busca de un nombre de verdad.
Como no sabia por donde empezar a buscar, comenzó a caminar sin rumbo, y se dio cuenta de que los pies ya no le pesaban tanto como antes, aunque la pena del corazón le seguía doliendo mucho, mucho.
Caminó buscando un nombre, miró debajo de un montón de piedras a lo largo del camino, pero sólo encontró una canica, dos piñones y una rama con forma de tirachinas. Al torcer por una curva del camino, tropezó con un ciempiés.
- Hola, ¿quién eres tú?
- Me llamo Vaivén. Quiero ser payaso.
- Oh! Pero no puedes ser payaso con un nombre así. Ese nombre es bonito para un ciempiés, pero no para ti. Tendrás que buscar un nombre nuevo.
- Eso estoy haciendo, pero no sé donde buscar.
- Bueno, yo si quieres puedo prestarte mi nombre hasta que encuentres otro más adecuado.
-¿Cómo te llamas?
- Ausencia.
Y asi fue como Vaivén dejo de llamarse Vaivén y comenzó a llamarse Ausencia.
Ausencia siguió el camino y llegó a un bosque muy oscuro donde encontró un claro para pasar la noche. Mientras hacía un fuego para calentarse, se dio cuenta de que sus manos parecían haberse suavizado, y que, como por arte de magia, había encogido un poco, y no llegaba tan alto.
Cuando estaba apunto de cerrar los ojos y echarse a dormir, una sombra pasó como una exhalación por delante de su vista, y se escondió detrás de un árbol. Ausencia miró el tronco del árbol con atención, pero ni rastro de la sombra. Cuando estaba apunto de desistir, la sombra se asomó tímida y preguntó.
-¿Cómo te llamas?
- Ausencia. ¿Y tú?
-Yo me llamo Inquietud.
-¿Y de qué te escondes?
- De todo, porque soy muy nerviosa. Era la sombra de una niña, pero como dormía muchas horas, tuve que huir, no podía estarme quieta tanto tiempo. Ahora me buscan por todas partes, y siempre ando escondiendome. Aunque la echo mucho de menos.
- ¿Y por qué eres tan nerviosa?
- Por mi nombre. No tengo nombre de sombra.
- Bueno, yo quiero ser payaso y tampoco tengo nombre de payaso. Si quieres cambiamos el nombre, pues mi nombre es mucho más adecuado para una sombra.
-¡Oh! ¿Harías eso por mí?
- ¡Claro!
Y así fue como Ausencia pasó a llamarse Inquietud. Y la sombra volvió, con su nuevo nombre, a los pies de la niña a la que tanto echaba de menos.
A la mañana siguiente, y casi sin dormir, Inquietud recogió su mueca de tristeza y comenzó a caminar. Pero caminaba más deprisa y más ligero. Incluso llego a pensar que la pena del corazón ya no era tan grande. Pero sus ojos aún parecían a punto de echarse a llorar.
Llegó a un pueblecito, con casas bajas de piedra y otras un poco más altas de madera. Allí los niños no parecían advertir su presencia, y no se escondían cuando se cruzaban con el por la calle. E Inquietud pensó que ese sería un buen lugar para vivir. Y que seguramente allí podría encontrar un nuevo nombre. Preguntó en la Taberna, y le dijeron que le darían alojamiento, alimento y un fuego donde calentarse, pero que no podían darle un nombre nuevo, porque no tenían ninguno de sobra, y los suyos habían tardado mucho tiempo en encontrarlos. Inquietud se instaló en un cuarto pequeño pero confortable, y almorzó con los demás clientes. Fue la primera vez que no se sentía incómodo del todo al estar rodeado de otras personas, pero algo se le movía dentro todavía, y no podía sentirse del todo a gusto.
Al caer la tarde, salió a dar un paseo por el pueblo. Las estrellas le sonreían desde el cielo por primera vez, y una bocanada de aire fresco llenó sus pulmones de color. En el medio de una plaza ni muy grande ni muy pequeña, había una fuente, ni muy grande ni muy pequeño, y a Inquietud que siempre le habían gustado las cosas medianas, le llamo la atención la fuente y se acercó a ella. En el centro de la fuente, tallada en piedra, un hada hacía una mueca de burla, y a Inquietud le pareció curioso, y le hizo reir. No recordaba haber reído nunca antes, ni una sola vez en toda su vida, y se puso tan contento que se abrazó al hada y dijo:
-Ojala supiera tu nombre para poder compartirlo contigo y hacer reír también a los demás.
Una voz misteriosa pareció surgir del agua de la fuente, como un murmullo, y le contestó.
- Me llamo Alegría, pero no puedo moverme de esta fuente porque mi nombre está anclado a ella. He de pasar toda mi vida aquí, haciendo reír a todo aquel que pase, sin hacer distinción ninguna entre ellos.
- Oh, pero eso es maravilloso, yo podría hacerlo por ti, siempre he soñado con hacer reír a los demás. Pero no puedo, pues no encuentro un nombre adecuado para mi sueño. Si quieres, podemos cambiar nuestros nombres.
- Pero entonces tendrías que quedarte siempre aquí, junto a la fuente, y haciendo reir a todo aquel que beba de su agua.
- ¡Lo haré encantado!
Y, de pronto, un torbellino de luz envolvió a Alegria y a Inquietud y los hizo girar. Y la piedra se convirtió en hada, y el niño se convirtió en payaso, en un payaso de piedra con una sonrisa enorme que se llama Alegría y hace cosquillas a todos los que beben de la fuente.

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