viernes, 1 de mayo de 2009

VERTIGO DE KERERTE TANTO

Cuando me miras con tus pequeños ojos de mar empedrado, cuando miras a todas las demás de la misma manera, cuando me dices cosas que también dices a otra, cuando siento que no significo nada diferente para ti, en esos momentos es cuando peor me siento. Porque no quiero tu amor, que es el amor de cualquiera. Quiero sentirme especial, quiero ser la única a la que dejas quedarse en todos tus despertares. Quiero compartir contigo el sudor de la noche y el vino de las comidas.
En cambio cuando me ignoras, cuando te apartas de mí, cuando no buscas mis ojos desde lo alto de tu escultural belleza, cuando bailas con todas menos conmigo, y no me hablas, y no me dices cosas bonitas bajo la manta del cuarto oscuro. Es esas veces cuando me siento más feliz, cuando lo haces más divertido, porque me tratas de otra manera, peor adrede. Soy especial y no te quiero, me da lo mismo, no me interesan tus ojos de arena y agua.
Soy una amante incompleta, te extraño porque no estás y salgo a buscar aventuras que no llegan porque en verdad no deseo.
Un día desapareces. Y no te dejas ver más. Y vuelvo a las mismas calles en las que te conocí, a buscar aventuras enterradas en la memoria, que no me llenan, pero deseo. Aventuras que regresan de la mano de unas sábanas roídas por el tiempo. Aventuras que no descubren que dentro sólo tengo polvo, y telarañas enredadas en el corazón.
Y después cuando regreso a casa escondida entre las sombras de la calle que disimulan mi vergüenza, cuando llego al sucio portal donde los ojos de mil mujeres me saludan a través de las mirillas de las puertas, ya puedo oler mi aroma a tierra estéril, donde, al menos, ni siquiera crecen las malas hierbas. Me arrimo a los escombros que confundo con muebles, y lloro entre las horas que pasan sin sentirse, sin hacer mucho ruido, ni dar grandes zancadas.
Y me siento insatisfecha y poco inteligente, y me siento un poco como en ninguna parte, o en un lugar lejano, o en la copa de un árbol.
Algunas veces, como sin querer, se cruza en mi camino una historia que merece la pena, una vida interesante y una sonrisa que me promete portarse bien, y entonces yo escondo mi mirada tras otra sonrisa que responde a su promesa con un poco de tristeza, porque se que voy a dejarla ir, porque no eres tú. Porque dejé que tu historia se escapara entre mis dedos. Ahora tomo aire, intento aguantar bajo tanta presión, como el que se sumerge en agua demasiado fría y permanece quieto, solamente a la espera. Pero tantas sonrisas, entre tantas preguntas y respuestas que nos dejan conocernos, entre manos que se enredan por debajo de la mesa, entre manos, que con el tiempo, podrían enredarse también por encima del café del desayuno, me dan vértigo, me producen claustrofobia, y tengo miedo a querer, a destapar la tapa de mi caja de Pandora y digo adiós mientras salgo por la puerta.
Esta vez no es distinta, vuelvo a casa tras cerrar la puerta de la felicidad atrás. Respiro el olor a tierra más estéril que nunca. Dejo caer mis sueños entre llantos secos, llantos un poco silenciosos. Me pregunto si alguna vez volverás para compartir conmigo tus pensamientos más oscuros, si alguna vez me mirarás por debajo del hombro, y me arrepiento de haberte querido tanto. Como tantas veces me miraré al espejo empañado por el vaho de mis lágrimas calientes, pensaré si merece la pena vivir sin vivir del todo, morirse de soledad, con el corazón pequeño perdido entre las costillas. Mis palabras se repiten en el eco de la casa vacía, del cuarto de baño con tu cepillo de dientes cubierto del polvo de tanto olvido. La nevera abre su boca, y me ofrece los restos de la cena de anoche. Sola, como siempre, me tumbo en la cama de somier inútil. Me abrazo a la almohada, sin pensar en otro tiempo, cuando dormía encogida en el hueco de tu espalda. Miro el techo que me recuerda las historias anteriores, las noches en vela, acompañada por un hombre, que podría ser cualquiera, que saltaba sobre mi y me dejaba estudiar hasta la última mancha de humedad de la pared amarillenta, las cortinas medio abiertas, el suspiro de sentirse campeón en un partido perdido, el beso que no me llena, el cigarro, y ponerse los zapatos y adiós, hasta pronto, volveremos a vernos. El portazo y mi alivio.
Y lo triste es que tú me quieres casi con tanta intensidad como hago yo. Y te emborrachas cada noche para olvidar que no duermes a mi lado porque no tienes valor. Y cada día despiertas con la resaca de haber sido tan cobarde de haberte dado la vuelta cuando lo único que te separaba de mi tristeza era la copa de whisky. No me llamas esta noche porque no quieres amarme.
Y tu cobardía y mi inseguridad me llevan una madrugada cualquiera, después de un polvo indefinido en el borde de la cama, a no despertarme nunca. A tomar las riendas de mi vida y soltarlas delante de un precipicio. Y caer, después de tantas y tantas veces sin dar el último salto. Y no vuelvo a abrir los párpados.
La noticia se te mete en la cabeza y se repite para siempre entre el resto de las cosas que destrozaste en tu vida. El tiempo no te enseñará a olvidarlo del todo, será una herida que escocerá cada vez que muevas el corazón en la dirección equivocada.
Y una tarde verás que ya es otoño y que las hojas se han caído antes de tiempo.

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