viernes, 1 de mayo de 2009

PETER, PAN Y CAMPANILLA

A Pablo y a Juan, que hicieron de mi cuento un cuento de hadas

PETER PAN BUSCABA A SU MADRE EN LAS MIL MUJERES DEL AIRE Y SE ACOSTÓ CON ELLAS, SE CANSÓ DE ELLAS DEJANDO EN LA MEJILLA EL BESO GRIS DEL DOLOR. Pedro Guerra


Mírate, cualquiera diría que una vez fuiste un niño. Bueno, una o cien veces, porque tu juventud duró más que la de cualquiera de nosotros. Luego, cuando dejaste de creer que el mundo era maravilloso envejeciste de golpe y nos pillaste a todos.
¿Y tu?, ¿qué me dices tú?, claro, lo tuyo fue al revés, creciste demasiado deprisa y te costó esperarnos en la madurez.
Los tres íbamos de un lado para otro cuando nuestros tiempos coincidían, uno, con miedo a envejecer, otro, pensando que no lo haría nunca, y yo, asustada de ser la única que evolucionara como el resto de los mortales y acabara perdiéndoos a los dos.

Pero bueno, cuando nuestros tiempos coincidieron por primera vez, íbamos juntos a cualquier parte, como uña y carne y más carne, inseparables. Mientras Campanilla escribía cuentos y se enamoraba y desenamoraba constantemente de Peter y de Pan, ellos, siempre flanqueándola, hacían lo propio con las mil mujeres del aire a las que jamás volvían a ver.
Campanilla escuchaba sus relatos y los escribía después, dándoles a todos un fondo melancólico, fiel reflejo de su sentimiento interno. Peter, siempre alegre, y Pan, madurando velozmente, escuchaban atentos los cuentos de hadas de aquella hada sin comprender nunca lo que verdaderamente quería decir ella.

Después nos separamos, quién sabe en qué momento, a lo mejor de pronto o quizás poco a poco, y cada uno vivimos durante años por nuestro lado.
Campanilla siempre buscando las sombras imprecisas de sus dos aliados, encontrando parte de ellos en los rostros de otras mil mujeres. Peter disfrutando aún de su juventud y de ese mundo de colores, sin importarle si quiera si tenía o no sombra. Pan, dejando atrás la suya, despidiéndose de ella y sintiéndola cada vez más lejos.

La otra tarde, cuando escribía recuerdos de unos cuentos que una vez os leía en voz alta, sentí dos manchas oscuras que, cada una por un lado, impedían que la luz llegara a mi cuaderno, supe que eran vuestras sombras y las atrapé cerrándolo con fuerza.
Fue a los dos días cuando volvimos a encontrarnos. Peter, convencido de que la vida a veces te juega malas pasadas. Pan, recordando que hay una parte del mundo que tiene esa luz de la que nunca querrá huir, y Campanilla, compensando de algún modo la balanza, convirtiendo a los dos en uno a través de las palabras, y convencida de que, por fin, se habían hecho con el tiempo.

TE RECUERDO...

Te recuerdo primero con los ojos cerrados. Estás tumbado en la cama deshecha, con las sábanas casi pegadas al cuerpo desnudo, con las manos debajo de la cabeza. Con los ojos de mar, azules casi negros, cerrados. Con la sonrisa intacta sabiendo que te estoy mirando e intentando aguantarte sin estallar en risas que me descubran que estás despierto y has estado escuchando todos mis pasos desde que me he levantado. Después me explicas cada movimiento, el ruido al tirar de la cadena, mis pies arrastrándose por el parqué para buscar la toalla, la puerta del armario que se abre en un susurro, el sonido del agua de la ducha, las ganas de levantarte de la cama y sorprenderme dentro de la bañera, que siempre se quedan en ganas porque te puede el cansancio de no haber dormido casi. El beso que te doy antes de salir del cuarto, y tu voz, siempre quebrada, preguntando si acabo de afeitarme al notar mi perfil áspero sin restos de la barba una semana olvidada. Te recuerdo también entrando en la cocina en calzoncillos, el beso de buenos días que sabe a pasta de dientes, la mirada que siempre se te escapa hacia la cafetera, esperando que haya sobrado un poco para ti, como sucede siempre.

Recuerdo tus manos cerrando la puerta antes de salir a trabajar, recuerdo tu sonrisa detrás de la barra, tus ojos disimulando la vergüenza ante el interés evidente de alguna chica borracha en una noche de fiesta. Te recuerdo llegando al trabajo cuando yo salgo hacia casa, el beso furtivo en la puerta del bar diciendo hasta mañana, o hasta la noche si no llego demasiado tarde hoy. Tus entradas silenciosas en la habitación a las 4 de la mañana, los movimientos sigilosos al quitarte el abrigo, el jersey y el pantalón, te recuerdo mirando a ver si estoy despierto, y entonces, si decido abrir los ojos, si ha sido un buen día, tus movimientos quitándote también la camiseta y entrando en la cama por el lado contrario. Y mi sonrisa, y tu mirada. Los besos llenos de esperanzas y deseos, las manos llenas de sueños de que el mundo fuera distinto.

Te recuerdo discutiendo en la calle, sin poder evitar contestar a la gente que nos mira confundidos y se siente avergonzada cuando nos damos la mano. Gritando en respuesta de algún insulto sin importancia que llega después de muchas horas de incomprensión. Te recuerdo defendiendo tu vida y tu derecho a amarme sobre todas las cosas. Te recuerdo defendiendo tu orgullo de ser como siempre has sido, de hacer todo tal como lo sientes. Te imagino después llorando, agotado de tantos prejuicios. Te recuerdo también al principio, cuando sólo éramos dos miradas curiosas, dos pares de ojos descubriéndose a sí mismos. Recuerdo primero el sexo de espaldas, y poco a poco el amor de frente y luego también de espaldas. Tus manos en mi ombligo, mis manos en el tuyo. Los nervios, las sorpresas, el miedo a nosotros mismos y a nuestros sentimientos.Recuerdo nuestra casa. Tu cepillo de dientes en mi bote del baño. Mis libros y tus discos en las estanterías. Mi ordenador, tus cuadros, mi pecera. El sofá del salón, la mesa de tu cuarto. Tu ropa por el suelo en nuestra habitación, mi ropa por el suelo en el cuarto de baño.

No recuerdo ninguna de las peleas, que las hubo, ninguna de las veces que juré no volver, que juraste dejarme. No recuerdo las horas de dudas, las noches en la cama vacía pensando si estarás cambiando de opinión. Las medias palabras, las verdades a medias. Los gritos en la cocina con la ventana abierta.

No recuerdo el accidente, no recuerdo la ambulancia ni cuanto tiempo estuviste esperando para ver si me despertaba. No recuerdo la gente llorando a mi alrededor, ni la gente sintiendo lástima por ti. Pero recuerdo tus ojos, no dejo de recordarlos. Quién diga que la vida se te pasa entera por delante en un solo segundo se equivoca. No es la vida entera y dura para siempre.

LOS OJOS DE AURORA

Si Demetrio se mira en los ojos de Aurora, no ve pasar el tiempo. Se le olvidan los años, su vejez, las arrugas. Se le olvidan las bolsas, se le olvidan los callos y las heridas de 60 años de trabajo. Si Demetrio se mira en los ojos de Aurora siente que es ágil, que es joven, que puede hacer cualquier cosa. Se ve como él cree ser realmente, tal y como él sabe que es.
En cambio, cuando Demetrio se mira en los ojos de sus hijos, se ve mayor y cansado se siente algo triste y tiene miedo a morir. Siente que es inútil, que no puede hacer nada, que ya ha pasado su momento. Siente que estorba un poco, aunque no demasiado, siente que algunas cosas ya no las puede hacer y piensa que ya no vendrán tiempos mejores.
Cuando Demetrio se mira en los ojos de sus nietos, se ve borroso, como si fuera un sueño, o un personaje fantástico. No se ve real. Piensa que es un juguete que se olvidan en casa, que a veces recuperan para jugar de nuevo.
Sólo cuando se mira en los ojos de Aurora se parece a sí mismo, a como él quiere ser. Sólo cuando se mira en los ojos de Aurora ve lo que quiere ver, ve lo que sabe hacer.
Y hoy que Aurora está muerta y es la última vez que estará frente a él, hoy que lleva llorando todo el día y ayer toda la noche, hoy que ya no la tiene sonriendo a su lado, hoy todo el mundo se empeña en dejarles a solas para que se despidan.
Pero Aurora está muerta y hoy tiene cerrados los ojos, y él sólo querría decirse adiós a sí mismo, porque Aurora hace horas que dejó de escucharle.

VERTIGO DE KERERTE TANTO

Cuando me miras con tus pequeños ojos de mar empedrado, cuando miras a todas las demás de la misma manera, cuando me dices cosas que también dices a otra, cuando siento que no significo nada diferente para ti, en esos momentos es cuando peor me siento. Porque no quiero tu amor, que es el amor de cualquiera. Quiero sentirme especial, quiero ser la única a la que dejas quedarse en todos tus despertares. Quiero compartir contigo el sudor de la noche y el vino de las comidas.
En cambio cuando me ignoras, cuando te apartas de mí, cuando no buscas mis ojos desde lo alto de tu escultural belleza, cuando bailas con todas menos conmigo, y no me hablas, y no me dices cosas bonitas bajo la manta del cuarto oscuro. Es esas veces cuando me siento más feliz, cuando lo haces más divertido, porque me tratas de otra manera, peor adrede. Soy especial y no te quiero, me da lo mismo, no me interesan tus ojos de arena y agua.
Soy una amante incompleta, te extraño porque no estás y salgo a buscar aventuras que no llegan porque en verdad no deseo.
Un día desapareces. Y no te dejas ver más. Y vuelvo a las mismas calles en las que te conocí, a buscar aventuras enterradas en la memoria, que no me llenan, pero deseo. Aventuras que regresan de la mano de unas sábanas roídas por el tiempo. Aventuras que no descubren que dentro sólo tengo polvo, y telarañas enredadas en el corazón.
Y después cuando regreso a casa escondida entre las sombras de la calle que disimulan mi vergüenza, cuando llego al sucio portal donde los ojos de mil mujeres me saludan a través de las mirillas de las puertas, ya puedo oler mi aroma a tierra estéril, donde, al menos, ni siquiera crecen las malas hierbas. Me arrimo a los escombros que confundo con muebles, y lloro entre las horas que pasan sin sentirse, sin hacer mucho ruido, ni dar grandes zancadas.
Y me siento insatisfecha y poco inteligente, y me siento un poco como en ninguna parte, o en un lugar lejano, o en la copa de un árbol.
Algunas veces, como sin querer, se cruza en mi camino una historia que merece la pena, una vida interesante y una sonrisa que me promete portarse bien, y entonces yo escondo mi mirada tras otra sonrisa que responde a su promesa con un poco de tristeza, porque se que voy a dejarla ir, porque no eres tú. Porque dejé que tu historia se escapara entre mis dedos. Ahora tomo aire, intento aguantar bajo tanta presión, como el que se sumerge en agua demasiado fría y permanece quieto, solamente a la espera. Pero tantas sonrisas, entre tantas preguntas y respuestas que nos dejan conocernos, entre manos que se enredan por debajo de la mesa, entre manos, que con el tiempo, podrían enredarse también por encima del café del desayuno, me dan vértigo, me producen claustrofobia, y tengo miedo a querer, a destapar la tapa de mi caja de Pandora y digo adiós mientras salgo por la puerta.
Esta vez no es distinta, vuelvo a casa tras cerrar la puerta de la felicidad atrás. Respiro el olor a tierra más estéril que nunca. Dejo caer mis sueños entre llantos secos, llantos un poco silenciosos. Me pregunto si alguna vez volverás para compartir conmigo tus pensamientos más oscuros, si alguna vez me mirarás por debajo del hombro, y me arrepiento de haberte querido tanto. Como tantas veces me miraré al espejo empañado por el vaho de mis lágrimas calientes, pensaré si merece la pena vivir sin vivir del todo, morirse de soledad, con el corazón pequeño perdido entre las costillas. Mis palabras se repiten en el eco de la casa vacía, del cuarto de baño con tu cepillo de dientes cubierto del polvo de tanto olvido. La nevera abre su boca, y me ofrece los restos de la cena de anoche. Sola, como siempre, me tumbo en la cama de somier inútil. Me abrazo a la almohada, sin pensar en otro tiempo, cuando dormía encogida en el hueco de tu espalda. Miro el techo que me recuerda las historias anteriores, las noches en vela, acompañada por un hombre, que podría ser cualquiera, que saltaba sobre mi y me dejaba estudiar hasta la última mancha de humedad de la pared amarillenta, las cortinas medio abiertas, el suspiro de sentirse campeón en un partido perdido, el beso que no me llena, el cigarro, y ponerse los zapatos y adiós, hasta pronto, volveremos a vernos. El portazo y mi alivio.
Y lo triste es que tú me quieres casi con tanta intensidad como hago yo. Y te emborrachas cada noche para olvidar que no duermes a mi lado porque no tienes valor. Y cada día despiertas con la resaca de haber sido tan cobarde de haberte dado la vuelta cuando lo único que te separaba de mi tristeza era la copa de whisky. No me llamas esta noche porque no quieres amarme.
Y tu cobardía y mi inseguridad me llevan una madrugada cualquiera, después de un polvo indefinido en el borde de la cama, a no despertarme nunca. A tomar las riendas de mi vida y soltarlas delante de un precipicio. Y caer, después de tantas y tantas veces sin dar el último salto. Y no vuelvo a abrir los párpados.
La noticia se te mete en la cabeza y se repite para siempre entre el resto de las cosas que destrozaste en tu vida. El tiempo no te enseñará a olvidarlo del todo, será una herida que escocerá cada vez que muevas el corazón en la dirección equivocada.
Y una tarde verás que ya es otoño y que las hojas se han caído antes de tiempo.

MELANCOLÍA, EL NIÑO KE KERÍA SER PAYASO.

Melancolía tenía los pies tan grandes que no existían zapatos de su talla, su boca se torcía en una curva hacia abajo y sus ojos parecían desolados. Sus manos eran ásperas y grandes, sus lágrimas amargas, amargas, como la sal del mar. Era tan alto como mirar las nubes y tan delgado como un suspiro. Era muy desgraciado, tanto, que la pena se le salía del pecho y algunas veces arañaba los cristales. Y lo más triste de todo es que quería ser payaso. Pero los niños al verle se asustaban, las niñas se escondían debajo de las faldas de sus mamás o detrás de los pantalones de sus papás. Hasta los perros gruñían cuando se les acercaba o miraban a otro lado sin hacerle mucho caso.
Un día, Melancolía conoció una mariposa que se le posó en el pelo;
-¿Cómo te llamas? Preguntó la mariposa.
- Melancolía.
- ¿Y qué quieres ser de mayor?
- Quiero ser payaso.
- Pero no puedes ser un payaso con un nombre así. Tu nombre es muy bonito para una mariposa, pero no para un payaso. Tendrás que encontrar un nombre nuevo.
- ¿Y dónde voy a encontrar un nombre nuevo?
- No lo sé. Pero hasta que lo encuentres yo puedo prestarte el mío.
-¿Cómo te llamas?
- Vaivén.
Y así fue que Melancolía y Vaivén se cambiaron los nombres y se despidieron.
La mariposa se fue volando contenta con su nuevo nombre y Vaivén, el niño que quería ser payaso, fue en busca de un nombre de verdad.
Como no sabia por donde empezar a buscar, comenzó a caminar sin rumbo, y se dio cuenta de que los pies ya no le pesaban tanto como antes, aunque la pena del corazón le seguía doliendo mucho, mucho.
Caminó buscando un nombre, miró debajo de un montón de piedras a lo largo del camino, pero sólo encontró una canica, dos piñones y una rama con forma de tirachinas. Al torcer por una curva del camino, tropezó con un ciempiés.
- Hola, ¿quién eres tú?
- Me llamo Vaivén. Quiero ser payaso.
- Oh! Pero no puedes ser payaso con un nombre así. Ese nombre es bonito para un ciempiés, pero no para ti. Tendrás que buscar un nombre nuevo.
- Eso estoy haciendo, pero no sé donde buscar.
- Bueno, yo si quieres puedo prestarte mi nombre hasta que encuentres otro más adecuado.
-¿Cómo te llamas?
- Ausencia.
Y asi fue como Vaivén dejo de llamarse Vaivén y comenzó a llamarse Ausencia.
Ausencia siguió el camino y llegó a un bosque muy oscuro donde encontró un claro para pasar la noche. Mientras hacía un fuego para calentarse, se dio cuenta de que sus manos parecían haberse suavizado, y que, como por arte de magia, había encogido un poco, y no llegaba tan alto.
Cuando estaba apunto de cerrar los ojos y echarse a dormir, una sombra pasó como una exhalación por delante de su vista, y se escondió detrás de un árbol. Ausencia miró el tronco del árbol con atención, pero ni rastro de la sombra. Cuando estaba apunto de desistir, la sombra se asomó tímida y preguntó.
-¿Cómo te llamas?
- Ausencia. ¿Y tú?
-Yo me llamo Inquietud.
-¿Y de qué te escondes?
- De todo, porque soy muy nerviosa. Era la sombra de una niña, pero como dormía muchas horas, tuve que huir, no podía estarme quieta tanto tiempo. Ahora me buscan por todas partes, y siempre ando escondiendome. Aunque la echo mucho de menos.
- ¿Y por qué eres tan nerviosa?
- Por mi nombre. No tengo nombre de sombra.
- Bueno, yo quiero ser payaso y tampoco tengo nombre de payaso. Si quieres cambiamos el nombre, pues mi nombre es mucho más adecuado para una sombra.
-¡Oh! ¿Harías eso por mí?
- ¡Claro!
Y así fue como Ausencia pasó a llamarse Inquietud. Y la sombra volvió, con su nuevo nombre, a los pies de la niña a la que tanto echaba de menos.
A la mañana siguiente, y casi sin dormir, Inquietud recogió su mueca de tristeza y comenzó a caminar. Pero caminaba más deprisa y más ligero. Incluso llego a pensar que la pena del corazón ya no era tan grande. Pero sus ojos aún parecían a punto de echarse a llorar.
Llegó a un pueblecito, con casas bajas de piedra y otras un poco más altas de madera. Allí los niños no parecían advertir su presencia, y no se escondían cuando se cruzaban con el por la calle. E Inquietud pensó que ese sería un buen lugar para vivir. Y que seguramente allí podría encontrar un nuevo nombre. Preguntó en la Taberna, y le dijeron que le darían alojamiento, alimento y un fuego donde calentarse, pero que no podían darle un nombre nuevo, porque no tenían ninguno de sobra, y los suyos habían tardado mucho tiempo en encontrarlos. Inquietud se instaló en un cuarto pequeño pero confortable, y almorzó con los demás clientes. Fue la primera vez que no se sentía incómodo del todo al estar rodeado de otras personas, pero algo se le movía dentro todavía, y no podía sentirse del todo a gusto.
Al caer la tarde, salió a dar un paseo por el pueblo. Las estrellas le sonreían desde el cielo por primera vez, y una bocanada de aire fresco llenó sus pulmones de color. En el medio de una plaza ni muy grande ni muy pequeña, había una fuente, ni muy grande ni muy pequeño, y a Inquietud que siempre le habían gustado las cosas medianas, le llamo la atención la fuente y se acercó a ella. En el centro de la fuente, tallada en piedra, un hada hacía una mueca de burla, y a Inquietud le pareció curioso, y le hizo reir. No recordaba haber reído nunca antes, ni una sola vez en toda su vida, y se puso tan contento que se abrazó al hada y dijo:
-Ojala supiera tu nombre para poder compartirlo contigo y hacer reír también a los demás.
Una voz misteriosa pareció surgir del agua de la fuente, como un murmullo, y le contestó.
- Me llamo Alegría, pero no puedo moverme de esta fuente porque mi nombre está anclado a ella. He de pasar toda mi vida aquí, haciendo reír a todo aquel que pase, sin hacer distinción ninguna entre ellos.
- Oh, pero eso es maravilloso, yo podría hacerlo por ti, siempre he soñado con hacer reír a los demás. Pero no puedo, pues no encuentro un nombre adecuado para mi sueño. Si quieres, podemos cambiar nuestros nombres.
- Pero entonces tendrías que quedarte siempre aquí, junto a la fuente, y haciendo reir a todo aquel que beba de su agua.
- ¡Lo haré encantado!
Y, de pronto, un torbellino de luz envolvió a Alegria y a Inquietud y los hizo girar. Y la piedra se convirtió en hada, y el niño se convirtió en payaso, en un payaso de piedra con una sonrisa enorme que se llama Alegría y hace cosquillas a todos los que beben de la fuente.