domingo, 12 de diciembre de 2010

COMO UN GATO

DAISY

A Daisy no la quiere nadie. Se empeña en convencerse de que no es verdad, pero en el fondo lo sabe y no puede ser feliz porque lo sabe. A Daisy no la quiere nadie y es por ese creer siempre que está un paso por delante, por ese no rebajarse, por ese orgullo suyo, esa falta de humanidad.
A Daisy le gusta caminar por las tardes, cuando aún no han cerrado las tiendas. Pasea por Madrid con su sombrero inglés, sus zapatos desgastados, su ropa de hace dos siglos, y se siente la Duquesa de Gran Vía.
- Por eso nadie se atreve a mirarme, - se dice - por eso todos agachan la cabeza si se cruzan en mi camino.
Y esos pensamientos, y esa frialdad, la mantienen entera, y la dejan seguir viva, la ayudan a soportar las largas noches de invierno.
Daisy pasa por la plaza de Callao, abarrotada, y a su paso se aparta la multitud. Abre, como Moisés, un camino en la marea de gente. Pero ella no huye de nadie, como mucho de sí misma.
- Paso firme, con la cabeza bien alta, ha llegado la Duquesa y mi pueblo que lo sabe lo demuestra con respeto.
Daisy dormirá sola esta noche, como siempre, por eso su paseo dura casi hasta el amanecer. Y aunque muy dentro de ella le tiritan las entrañas por el frío, se repite:
- Una Duquesa esta sola, es la carga que debemos soportar por ser quien somos.
Y no llora. Después de horas caminando, cuando le duelen las piernas y la artritis la agarrota los tobillos, vuelve a su mansión desnuda, de paredes agrietadas, pasa al lado de los otros sin mirarles ni siquiera y evitando que la toquen. El crujido del colchón cuando se tumba se confunde con el claxon de los coches.
Daisy pasa lo poco que queda de noche, acurrucada. Se acomoda como puede. Duerme a ratos. Trata de no despertarse del todo. Sobre los días que sale el sol y contiene la humedad de las paredes. Entonces, Daisy se estira, como un gato, y espera a que el calor se le meta entre las mantas y temple la soledad.
Pero esta mañana nieva y las nubes se han cerrado. Y Daisy está ya cansada de gritarle a los demás. De fumar medias colillas. Y se estira, como un gato, pero esta vez para siempre.

LUNA

Esta mañana hemos ido, como todas las Navidades, a llevar chocolate caliente y bollos a los mendigos del túnel de debajo de Bailén. Son por lo menos 20 personas las que malviven allí. Todos los años, cuando llegan estas fechas nos acercamos a verlos. Siempre hay alguna cara nueva y otras que ya no están. Durante horas nos cuentan retales de sus vidas y, poco a poco, hemos conseguido tejer alguna historia completa. Como la de “Roke”, que lleva 13 años en la calle, tiene un hijo que no conoce y sabe hacer ceniceros con los botes de cerveza. O la de “el Pica”, que conoce los túneles del metro mejor que nadie en todo Madrid. Cuando empieza a anochecer nos despedimos. De alguna manera, parece un exceso seguir allí después de que enciendan las hogueras, sientes que invades un poco la intimidad que les queda, su parcela privada, su modo de hacer que aquello parezca más un hogar. Cada año tengo la misma sensación de desamparo y no puedo evitar pensar qué pasará si las grietas que está haciendo la humedad en las paredes del túnel se terminan por abrir. Me da pánico pensarlo. Cuando nos íbamos, he visto que la Duquesa seguía en su rincón, que no había salido a dar su paseo de siempre. Iba a acercarme a ofrecerla un chocolate, pero me ha parado “el Pica”:
- No vayas, Luna, que esa no es como nosotros. Esa muerde.

2 comentarios:

ahnkara dijo...

Pero, pero....en tu cuento no pasa nada.....jajajajajja.

sandra conejeros fuentes dijo...

Que deseos de haber conocido a Daisy!